De cemento, cementerios y otras cuestiones

por Cristina Sottile

Todos los seres vivos morimos. Es esta propiedad de morir la que también define la Vida.

Los seres humanos, esta especie de la que formamos parte, desde su capacidad y necesidad de construir culturalmente y asignar significados tanto al espacio y tiempo que habitamos como al mismo Universo, porque queremos comprenderlo, necesitamos ritos para marcar estos pasos entre distintas condiciones de la vida (de paso a la adultez, a la salida de la soltería, y más), y para ello construimos ritos, celebraciones performáticas colectivas que instalan a la persona en otra categoría de la Vida. También el paso de una persona de la comunidad viva a la comunidad de los que partieron, los que se fueron, recordados o no, pero que habitan el extenso e insondable territorio de la Muerte, se señala con ritos personales y colectivos: luto y duelo.

Estos últimos a que hago referencia son los que vamos a abordar ahora en su aspecto social, colectivo e histórico, que es lo que está representado en monumentos mortuorios, zonas exclusivas, delimitadas, donde residen los muertos, donde se los puede visitar y homenajear: eso son los cementerios. Con el conglomerado cultural y social que se pone en evidencia en su morfología y que es un espejo de la sociedad que lo construyó, asignando jerarquías y significados tácitamente, a través de la importancia de lo que se construye en homenaje, en lo relativo a tamaño, belleza, significado y autor. La lectura de un cementerio, en cuanto a las formas de homenajear, habitantes, visitantes y celebraciones de duelo, habla de nosotros mismos y de la sociedad de que formamos parte.

Monumento a las víctimas de la Fiebre Amarilla

1.- Cemento
Parque Ameghino, del barrio de Parque de los Patricios, Comuna 4 de la Ciudad de Buenos Aires, fue hace mucho tiempo un cementerio. Los canteros y el pasto que vemos están en el territorio de lo que fue el Cementerio del Sur. En este cementerio, en 1867 se construyó una fosa común para las víctimas del cólera. Y también una fosa común, más adelante, durante la epidemia de fiebre amarilla, esa que hizo que quienes tenían recursos y propiedades suficientes migraran hacia la zona norte de la Ciudad.

“Fosa común: el lugar donde descansan aquellos que no tuvieron el dinero para que una piedra llevara su nombre, aquellos que no tuvieron espacio para una parcela en el Cementerio del Sur, entre ellos 60 médicos. Aquellos que por pobres fueron dejados atrás en la huida de la clase alta porteña hacia el norte de la Ciudad y localidades costeras. Los nadies de la Ciudad.”

El párrafo anterior es parte de la exposición de quien escribe, en la audiencia pública y obligatoria celebrada por la Legislatura porteña el 4 de Noviembre de 2022, previo al tratamiento (en doble lectura) del proyecto de Ley: «Memorial para las víctimas en la pandemia de Covid19».1 Es la relación entre las plagas sufridas, los sitios de memoria y el reconocimiento de las víctimas, sobre lo que estamos reflexionando.

La epidemia de fiebre amarilla dejó en la Ciudad 15.000 muertos, sobre un total de  200.000 habitantes. La cifra, elevadísima, que tuvo como víctimas sobre todo a habitantes de la zona sur de la Ciudad, fue de tal magnitud -entre otras cosas, debido a una decisión del intendente de la Ciudad en ese momento, Narciso Martínez de Hoz-, que no se difundió la gravedad de la enfermedad, o no se tomaron recaudos para evitar su propagación por ‘temor’ a perjudicar los festejos de Carnaval.

Ahora que hemos atravesado una pandemia, el paralelismo de conductas adoptadas para el cuidado de porteños y porteñas, o más bien la falta de las mismas, nos debería hacer pensar en la línea histórica que genera prácticas políticas similares.

En ese predio, el escultor Manuel Ferrari erigió el Monumento a los caídos por la Fiebre Amarilla en 1871, en homenaje a quienes murieron por la enfermedad. No sólo a los pacientes: también “… a quienes durante la epidemia de fiebre amarilla murieron cumpliendo con sus obligaciones profesionales, atendiendo enfermos, conteniendo familias, ocupándose de traslados y entierros: médicos, enfermeros y enfermeras, camilleros, farmacéuticos, personal de maestranza, sepultureros, en fin, toda la gama de trabajadores y trabajadoras que no dejaron de cumplir con su trabajo, y por ello murieron”.

Maqueta de la transformación de Parque Ameghino

La audiencia pública, a la que hago referencia, tiene que ver con el proyecto de emplazar, en ese mismo lugar, un memorial para las víctimas de la Covid19. La primera pregunta que nos hacemos es: ¿Por qué en ese lugar? Conociendo los procesos de modificación de la morfología urbana con la intencionalidad de borrar la memoria colectiva y visibilizar tan solo una parte de la Historia, las presentaciones en dicha audiencia, por parte de vecinos, vecinas e instituciones barriales se expidieron en contra de la modificación del paisaje urbano, invocando derechos colectivos y de participación en la decisión del emplazamiento del nuevo memorial. Homenaje, sí. Pero no en el Parque Ameghino. No a la extensión de cemento que se propone en lugar de la arboleda, no a la destrucción del Parque y del espacio verde.
Los siguientes interrogantes son: ¿Por qué se considera viable la resignificación del lugar donde descansan estas personas? ¿Es que hay memorias que pueden ser reemplazadas? ¿Es que quienes reposan en una fosa común merecen ser olvidados? En esta desjerarquización de las víctimas, este borrado del hecho y sus consecuencias, se las desaparece, con la connotación que tiene esta palabra en Argentina. No es solamente una cuestión estética: la resignificación de los espacios escribe la Historia.

2.- Celebraciones
El Cementerio de Flores, ubicado en la Comuna 7, en los límites del Barrio Padre Ricciardelli (antes Barrio 1-11-14), tiene una característica cultural notoria, relativa a las celebraciones del Día de Todos los Muertos, que se conmemora el 2 de noviembre. Esto se debe a que en el barrio habitan integrantes de comunidades norteñas argentinas, boliviana y peruana.
En Latinoamérica, desde antes del arribo de la colonización española (y otras), el concepto de Muerte está imbricado al de Vida. Con distinto tipo de manifestaciones, en general de índole festiva, se recuerda a los muertos amados y se los homenajea cada año.

Celebración  en el cementerio de Flores

Culturalmente hablando, esta celebración es disruptiva para un sentido común construido alrededor del “deber ser” y traído por la inmigración europea, que califica lo distinto -incluso lo que en estas tierras antecede a la llegada de los colonizadores- como incorrecto y ofensivo.
Hace años que las comunidades son criticadas, ofendidas en su cultura y aun reprimidas por este motivo. La paradoja está en que cuando en esta misma Ciudad se celebra la Fiesta de las Comunidades, se publicita gozosamente desde el Estado municipal la exhibición de danzas y la venta de platos regionales. Lo que se puede mostrar, lo exótico, lo domesticado. Un día al año, en una calle, se les permite esta visibilización sumamente parcial, donde lo que se oculta es la riqueza que aporta la diversidad a nuestra sociedad. Y es curioso que estas muestras de intolerancia se den en sectores socio-culturales que no dudarían en visitar, por ejemplo, México, conocido por sus celebraciones del Día de Muertos. Y volverían tal vez con una remera con la Catrina, hablando de comidas y bebidas en los cementerios, y música y baile.
Esto mismo, existe en la Comuna 7. Pero claro, lo que se admite por lejano y exótico, se mira como en un escenario, no es permitido cuando sucede en el territorio en que vivimos. Porque entonces, el Otro adquiere entidad, existe y tiene el derecho de dejar su marca cultural en la Ciudad. A formar parte del colectivo que escribe la Historia. Y esto es lo que se pretende evitar.

3.- Otras Cuestiones
Fue anunciado a principios de Febrero el inicio de trabajos de restauración de estatuas, monumentos y placas en el Cementerio de Recoleta, el más antiguo del país, fundado por Martín Rodríguez en 1822. Tal como en otros lugares del mundo, hay espacios privilegiados para el descanso de personajes notorios, célebres, próceres y demás, que marcan hitos en la construcción colectiva de la Historia, construcción que sucede no sin conflicto, y que presenta siempre y en todo lugar varias versiones. La apariencia de Historia única sucede cuando ha logrado imponerse una versión “oficial” de la misma, generalmente a costa de la invisibilización de versiones proveniente de sectores desjerarquizados: la invisibilización del discurso histórico de estos sectores deviene en la invisibilización y borrado de dicho grupo cultural, político y/o étnico.

Cementerio de la Recoleta

El título de Editorial Perfil dice: “Para Conservar 200 años de Historia”. Quiero hacer notar que la palabra conservar puede leerse con dos significados: uno de ellos referido al trabajo de los profesionales restauradores. El otro, una pretensión de conservar inamovible la versión histórica de estos 200 años. Las palabras son operativas e instalan sentido común.
Nos dicen también que hay 90 bóvedas que son Monumento Histórico Nacional, y que las demás son privadas, con lo cual para la restauración se necesita un permiso especial. Entre las que están siendo restauradas encontramos nombres como: Pueyrredón, Sarmiento, Alberdi, el mismo Martín Rodríguez y Leloir (uno de nuestros premios Nobel). Se menciona que hay obras de Lola Mora, Pujía, Bigatti, y más, argentinos y extranjeros. Un tesoro cultural, y que conste que nada de esto que digo se opone a esta restauración tanto tiempo demorada, y que seguramente se llevará a cabo con excelencia.
Las preguntas que aparecen, entonces, tienen que ver con otra cosa, y es el cuidado especial que otorga visibilidad al lugar donde hay “200 años de Historia”. ¿Es que en otros no hay personajes trascendentes? ¿O es que existe una selección acerca de qué conservar y que no?
Cuando recorramos el lugar, una vez llevada a cabo la restauración selectiva, habrá formas y lugares que nos llamen la atención más que otros, lo que seguramente determine nuestro recorrido y nuestra mirada en la visita. Seguramente, hay otras personas que yacen en ese sitio, cuyos nombres no aparecen en la lista de próceres ni de Monumentos Históricos. Puede mencionarse a Evita, el panteón más visitado del Cementerio, que probablemente no integre la lista de restauraciones. O sí. Ya que la cantidad de visitas lo transforma en atractivo turístico. Y esto es deseable desde una lógica de mercado aplicada actualmente a toda gestión estatal en la CABA.
Este desarrollo apunta a hacer notar de qué diversas maneras se escribe la Historia, aun con decisiones de Estado aparentemente enriquecedoras, o por lo menos inocuas en lo relativo a priorizar una versión de la Historia por sobre otras. Y no. La lectura de lo construido por una sociedad, aun en los lugares de homenaje a sus muertos, nos habla del valor que se otorga a éstos, y también a quienes están vivos. A través de lo simbólico materializado en homenajes de distinto tipo, podemos acceder a claves para la lectura de la construcción histórica, en la cual, visibilizados o no, estamos todxs involucradxs.

1. EXPTE. N° 2253-D-2022. COMISIÓN CULTURA
Cristina Sottile es Licenciada en Cs. Antropológicas FFyL – UBA
Fotos: Télam / Basta de Demoler / Archivo VAS

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