El cuerpo en las ciudades

por Celeste Choclin*

 

Vivimos en la llamada era de la información, consumimos una cantidad de imágenes nunca antes pensada, tenemos acceso a múltiples noticias del mundo entero, nos mezclamos, convivimos con culturas diferentes. Sin embargo nos cuesta tocarnos, aproximarnos a la vivencia del otro. Una atrofia social nos mantiene aislados.
Prevalece la vista por sobre la experiencia. Miramos mucho, pero interactuamos poco.

¿Cómo se posicionan los cuerpos en las ciudades contemporáneas?

Los avances tecnológicos permiten hoy el acceso a una cantidad de información e imágenes de todo el mundo de una manera nunca antes apreciada. El investigador Arjun Appadurai llama a este momento el de la modernidad desbordada, porque las migraciones, las nuevas tecnologías y la globalización, nos permiten imaginar otros paisajes, otros mundos, viajar sin movernos, convivir con otras culturas. A la vez, Zygmunt Bauman habla de la modernidad líquida. Un tiempo donde todo parece fluir, flexibilizarse, relativizarse…

Pero, ¿qué lugar ocupa la experiencia? ¿Cómo son nuestras ciudades, hoy? ¿Cómo influye la arquitectura urbana en nuestros cuerpos?

Richard Sennett, en su libro Carne y piedra, afirma que asistimos a una terrible paradoja: nos encontramos en un momento de liberación corporal, pero a su vez de una terrible inhibición sensorial. El cuerpo en las ciudades actuales se encuentra adormecido, indiferente. Predomina lo visual por sobre la expresión, las imágenes por sobre la experiencia. Vivimos en ciudades multiculturales, diversas, desiguales, donde los cuerpos se comportan como extraños; unos conviven con otros, se toleran, pero no van más allá. Los cuerpos se miran, pero no se tocan.

El libro Carne y piedra constituye una historia de los cuerpos en la civilización occidental. Describe cómo comían, cómo vestían, cómo hacían el amor, cómo se desplazaban, cómo experimentaban las ciudades y cómo la planificación urbana condiciona a los cuerpos.

Así podemos leer el culto al cuerpo desnudo como símbolo de fortaleza y virilidad en la Atenas de los antiguos griegos. Y también apreciar la diferencia entre el cuerpo masculino, un cuerpo que consideraban “cuerpo caliente”, porque salía al exterior y decidía el futuro de la democracia ateniense, y el cuerpo de la mujer, un “cuerpo frío”, considerado inferior, resguardado en la soledad del hogar. El cuerpo y la obsesión por la geometría en los romanos. La relación del cuerpo en la Edad Media, bajo la idea de culpa, como un cuerpo subyugado, el cuerpo del sacrificio divino. La exclusión a través de la formación de guetos, como el de la comunidad judía en la Venecia renacentista; o la liberación del cuerpo en la Revolución Francesa.

El libro también se ocupa de la formulación moderna de la ciudad, las reformas de las viejas ciudades amuralladas, ciudades donde prima la circulación por sobre la vivencia del espacio, y de cómo se mueven los cuerpos en estos diseños urbanos como “un cuerpo individual que se mueve libremente, pero carece de conciencia de los demás seres humanos”, nos dice el autor. El capítulo último, en el que haremos hincapié, Sennett lo dedica a la Nueva York multicultural, una ciudad como tantas otras urbes modernas ¿Cómo es su historia? ¿Cómo es vivenciada? ¿Por qué nos sentimos solos en la ciudad?

 La Nueva York multicultural: mezclados, pero separados

Nueva York es una ciudad donde conviven muchas culturas diferentes. Así como se rediseñaron las ciudades en la Europa del XIX con urbanistas como Haussmann en Paris, Nash en Londres o Cerdá en Barcelona; Nueva York también tuvo su gran planificador en el siglo XX: Robert Moses.

Todas estas reformas urbanas estuvieron basadas en la idea de la libre circulación: favorecer el tránsito con los fines de disciplina y orden. Todo debía correr como la sangre en el cuerpo humano, se pensaba en la posibilidad de rediseñar ciudades con caminos, anchas avenidas, autopistas. En el caso de Barcelona, la idea fue incorporar los suburbios a partir de amplias avenidas y derribar la muralla que separaba al casco antiguo. En cuanto a Paris, se crearon los bulevares con un fin disciplinario, se dividían los barrios pobres con grandes avenidas para evitar las barricadas y favorecer el paso del ejército represor. Estas anchas avenidas escritas y criticadas en la poesía de Baudelaire a través de la figura del “flâneur”, aquel bohemio que deambulaba de café en café tratando de recuperar la vida en los espacios públicos que estos diseños urbanos basados en la velocidad del tránsito parecían borrar. En Londres se ideó el conjunto formado por el Regent Park y Regent Street donde un gran parque con una ancha avenida impedía la concentración de la “muchedumbre” y estimulaba la circulación. En Nueva York, Moses construyó toda una serie de autopistas y caminos, urbanizó los suburbios y acomodó a los distintos grupos de inmigrantes por barrio. Así evitaba la mezcla y reforzaba el comportamiento individualista.

Heredero de estos diseños urbanos, en Nueva York cada uno se ubica en un barrio determinado (los negros a un lado, los chinos en otro, los italianos, puertorriqueños, dominicanos, mexicanos), cada grupo se autosegrega. Cada grupo, cada cultura, tolera a las demás, pero no interactúan.

Esto dio lugar a lo que Sennett denomina un “embotamiento de nuestros sentidos”. Para ilustrarlo cuenta una anécdota: el autor ve una película de violencia con un amigo que es manco, los espectadores que vieron escenas de tiros, cadáveres, sangre durante toda la función, al salir de la sala y ver a su amigo, se apartan de él. Consumen la violencia mediática, sin embargo le escapan al dolor real de su compañero. ¿Por qué llegamos a esta situación?

En los medios de masas, dice el autor, se establece una división entre lo representado y la experiencia vivida. La experiencia mediática de la violencia insensibiliza al espectador ante el dolor real, “el consumo del dolor simulado, como del sexo simulado, embota la conciencia corporal”, dice Sennett.

Pero el autor va más allá, a su amigo lo discriminan, no sólo por una falta de sensibilidad, sino porque rehúyen la posibilidad de experimentar el dolor, de acercarse a la vivencia real y no simulada, ya que no pueden pasar su propia frontera sensorial.

La constitución de los espacios es también un factor condicionante de este embotamiento de los sentidos. Así en estas ciudades contemporáneas donde prima la circulación, la sensación de desconexión con el entorno la experimentamos a partir de la velocidad: el conductor no debe distraerse, sólo mirar adelante, “el conductor desea atravesar el espacio y no que éste atraiga su atención”, afirma el autor. Por otra parte, el mismo hecho de conducir exige muy poco esfuerzo y por lo tanto participación, compromiso. Mientras los caminos resultan más fáciles de transitar, el conductor mira cada vez menos a los costados. Atraviesa los paisajes, solo, cómodo en su automóvil, sentado, sin desgaste físico y mirando hacia adelante.

Así, afirma que “el viajero, como el espectador de televisión, experimenta el mundo en términos narcóticos”. Por lo que, tanto el ingeniero de caminos como el realizador de televisión, crean lo que podría denominarse “liberación de la resistencia”. El planificador “crea caminos por los que pueda la gente desplazarse sin obstáculos, esfuerzo, participación, y el realizador explora formas para que la gente contemple algo sin sentirse demasiado incómoda”, dice Richard Sennett.

Y volviendo a la anécdota, la gente se apartaba del amigo manco no tanto por la visión de un cuerpo herido,sino porque era un cuerpo activo marcado y limitado por la experiencia. Un cuerpo con dolor.

Este deseo de liberar el cuerpo de resistencias lleva aparejado el temor al roce. De ahí que los espacios urbanos estén pensados para limitar dicho roce: barrios diferenciados, vallas, rejas. “Mediante el sentido del tacto corremos el riesgo de sentir algo o a alguien como ajeno y nuestra tecnología nos permite evitar ese riesgo”.

En las ciudades como Nueva York se puede ver cómo la gente está aislada, y esta falta de contacto implica un orden. Y aunque la dimensión de los movimientos migratorios y la movilidad social actual rompan este orden, aunque físicamente los cuerpos se mezclen, cada grupo étnico se mantiene vinculado a su propia gente. Coexisten la diferencia y la indiferencia. El mero hecho de la diversidad no impulsa a las personas a interactuar, sino más bien todo lo contrario: la gente se tolera, pero no se relaciona, ni se solidariza. Los sujetos dejan a los demás en paz, pero también los dejan morir en paz.

Se podría pensar que la diferencia asusta y que lo mejor que se puede esperar es por lo menos no discriminar y ser tolerante. Sin embargo eso sería renunciar a pensar que en una ciudad históricamente multicultural como Nueva York, como en tantas ciudades del mundo, puede haber una cultura cívica común, “una cultura tal que la gente sienta en sus huesos”, dice el autor.

 Activando el cuerpo

Buscamos la autocomplacencia; habría una especie de protección individual frente al dolor del otro, una búsqueda de estabilidad, como el bebé en el útero materno. Sin embargo Sennett, citando a Freud en Más allá del principio del placer, dice que se corre el riesgo de terminar enfermando por falta de estímulo, así “el impulso moderno de buscar la comodidad es extremadamente peligroso”. Por el contrario, donde el placer de la plenitud se encuentra incompleto, el ser humano comienza a atender, a explorar, a buscar, a crear, a salir de la pasividad.

El individuo de las grandes urbes trata de evitar la experiencia, el contacto, la dolencia del que está al lado. “El cuerpo que acepta el dolor está en condiciones de convertirse en un cuerpo cívico, sensible al dolor de otra persona, a los dolores presentes en la calle, perdurable al fin”. Se trata de experimentar el dolor del otro como vivencia, un dolor que nos permite percibir, interactuar y ser solidarios.

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Celeste Choclin es Lic. en Comunicación (UBA), docente universitaria UBA (integrante de la Cátedra de Comunicación I, carrera de Comunicación), docente de Introducción a la escritura literaria (Carrera de Comunicación e Imagen, Fundación Walter Benjamin) e investigadora en comunicación y cultura urbana.

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