Esa calle que nunca duerme

Estas son las últimas cosas-escribía ella-.  Desaparecen una a una y no vuelven nunca más.
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No espero que me entiendas.  Tú  no has visto nada de esto, y aunque lo intentaras, jamás podrías imaginártelo.  Estas son las últimas cosas.  Una casa está aquí un día y al siguiente desaparece.  Una calle, por la que uno caminaba ayer, hoy ya no está aquí.
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“El país de las últimas cosas”, Paul Auster

por Cristina Sottile

Un día, los del Pro ganaron las elecciones en la CABA, y hubo dos signos que adquieren hoy su verdadero sentido: el primero, la asimilación del color de la señalética urbana al color partidario de quienes arribaban al Gobierno de la CABA,  y el segundo, el texto que resaltaba en negro sobre amarillo: Haciendo Buenos Aires.
Este texto fue objeto de burlas: “Buenos Aires ya está hecha”,  se decía; de enojo: “A Buenos Aires la hacemos los que vivimos acá”, y hubo también quienes comprendieron el profundo sentido mercantilista y autoritario del texto mencionado.
Porque los recién llegados arribaron como Roca en el presunto Desierto, dispuestos a dejar su marca tal como lo había hecho Cacciattore, fragmentando con autopistas o mal llamados metrobuses, demoliendo y vendiendo en aras de un progreso que no contempla a los ciudadanos de la CABA ni su calidad de vida, rectificando senderos de parques y colocando mobiliario de cemento donde antes el césped era un amable lugar desde donde disfrutar de la vida.
Y ahora, el anuncio es el proyecto de peatonalización de la Avenida Corrientes.
Esta arteria, ( esto está escrito en el sentido anatómico del término, que significa un canal por donde el oxígeno y los alimentos llegan a todos los lugares del organismo), es eje cultural de la Ciudad y también un eje de circulación.  Se ganó el nombre de “la calle que nunca duerme” gracias a esto que todos los porteños conocemos: los bares, los cines, los teatros, las librerías.
Los locos de Buenos Aires, entre quienes tenemos el gusto de contarnos, tenemos gran parte de nuestra vida escrita en esas veredas y en las mesas de los bares desde donde miramos la gente pasar.
La propuesta o proclama gubernamental contempla la ampliación de zonas de circulación de peatones, y un cronograma de circulación de transporte público y privado, en el cual este último tendrá restricciones para circular entre las 19 y las 2 de la madrugada.
No se van a abordar desde este lugar cuestiones relacionadas con la estrategia de circulación vehicular en la CABA, ya que seguramente habrá quienes tengan más elementos técnicos como para hacerlo con más solvencia.
Lo que se intentará profundizar es la cuestión del paisaje urbano, que según la UNESCO  debe ser considerado patrimonio de quienes habitan las ciudades, ya que dicho paisaje está construido a la medida de sus vidas y  su cultura, porque está construido desde las prácticas y representaciones del colectivo urbano.
Es esto lo que le da la riqueza, la identidad, lo que hace que en una foto podamos diferenciar Buenos Aires de Nueva York, porque si esto no pasara, significa que la ciudad se convierte en un parque temático, burda imitación de algo que sí tiene identidad propia.
Y estas imitaciones se hacen siempre con el costo de la invisibilización de las identidades locales.
Es por este motivo, ante proyectos de modificaciones estructurales de la Ciudad propuestos desde el Estado, debemos preguntarnos como ciudadanos (lo que nos transforma en sujetos activos de derecho) qué es lo que queremos para nuestra Ciudad y nuestras vidas. Porque las ciudades son modificadas, esto es claro: por necesidades, por crecimiento de la población, por introducción de nuevas tecnologías (el subterráneo es un ejemplo de esto), por guerras y otros desastres.
En el caso de la introducción de una obra de esta envergadura, que es condicionante en el uso de la ciudad en cuanto a circulación, tiempo de ocio -e insisto- marcas identitarias de la porteñidad, debemos hacernos dos preguntas.
La primera es: ¿Para quienes se hace esta obra?  Se presenta positivamente como “mejora” (Clarín, 25/7/2017), a priori, sin pasar por la Legislatura ni ser discutida en audiencias públicas, y con la intención supuesta de activar el movimiento de público en cines y teatros. 
Es una pena que esto no se haya tenido en cuenta antes de que modificaran salvajemente el bar La Paz, siguiendo el triste camino del Ramos, bar que conociera Gardel.
O la desaparición de El Foro, Corrientes y Uruguay, bellísimo bar que fue reemplazado por una tienda de ropa.  Esto, por mencionar algunos.
En un contexto de recesión económica que recién comienza, podemos ver familias enteras durmiendo bajo las marquesinas de teatros cerrados. Sabemos que la circulación de público en cines y teatros es menor, en cuanto al público local.
Cuando no alcanza para comprar leche o remedios para los ancianos, difícilmente se gaste en diversiones, entonces ¿para quiénes se hacen estas obras?
Quiero evitar la respuesta fácil del golpe publicitario preelectoral, pero no es sencillo.  Probablemente, quienes más aprovechen estas “mejoras” sean los turistas que visitan nuestra Ciudad, y los emprendimientos asociados al turismo: hotelería, gastronomía, y sí, teatros y cines.  Tal vez librerías.
¿Y los porteños, que pagamos esta obra con nuestros impuestos?
La segunda pregunta, de carácter obligatorio es la siguiente: ¿Qué se prioriza en la planificación de la Ciudad de Buenos Aires?
Porque las obras que convierten nuestro entorno en una escena de ciudad bombardeada, se abocan a vías de circulación vehicular, y ojala fuera solamente esto, porque cuando ponen la mirada en árboles y espacios verdes, se produce una serie de acciones que parecieran destinadas a eliminarlos, en una ciudad que se pretende verde.  No hay otro tipo de obra que estas, pese a la falta de vacantes en escuelas, a la dejadez con que se gestiona la infraestructura hospitalaria, y a la necesidad de vivienda social.
No solamente habla mal de quienes llevan adelante una planificación tan sesgada la no preocupación por esos ítem, sino que también habla mal de quienes se contentan con este tipo de obras, más destinadas a los autos y colectivos que a las personas.
Podrán decir: las personas viajan en autos y colectivos.  Sí.  Pero quienes vivimos en la CABA, pasamos mucho más tiempo andando por la calle y en nuestras casas, entonces ¿Para quién planifican?
Decía al principio de esta nota, que deja interrogantes abiertos justamente porque son cuestiones en las que debemos pensar, que recién ahora entendemos cabalmente que querían decir con “Haciendo Buenos Aires”.
Hay otra cosa que me preocupa, y quiero compartirla: en uno de los últimos spot de campaña, se dijo: “Queremos ser la generación que cambie la Argentina para siempre”.
En esto también debemos pensar.  Es una declaración de intenciones. 

Comentarios

  1. Estoy de acuerdo-tristemente- con el artículo, incluso tomo con algo de humor el uso de ciertos contrastes del color amarillo, dado que, además de los orientales, lo usan en otras ciudades con el agregado de «fosforescencia» para destacar señalizaciones. En cuanto, a edificaciones ya hace tiempo que se avasalla la identidad y el sentido de pertenencia. Recuerdo el «Ramos» y «La Paz», ?cómo olvidarlos?…. -pero tal vez por cercanías personales, me pasó lo mismo con el Bar Suárez- que permanecía las 24 horas abierto, y al que los adolescentes tardíos íbamos de noche a arreglar el mundo, en espera de las mediaslunas del amanecer. Lo mismo pasó con la «Richmond»,-dolor, si los hay- que fue cerrada de un día para el otro y desaparecieron sus arañas colgantes y demás mobiliarios ahora inhallables, que albergara otrora a Borges y su pandilla. Ahora hay una casa de deportes(me propuse que ni aunque pusieran una sala de Primeros Auxilios mi pié no volvería a pisar ese mítico lugar). Tenemos,quizás, la obligación de permitir el progreso; pero no me van a convencer nunca con «arrasar» la historia…. tal vez aquella por la que vienen turistas a visitarnos. ?Alguien convencería a algún parisino de que la Torre Eiffel les ocupa demasiados metros cuadrados ?

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