La historia oscura del carnaval

En la Europa blanca Goethe definía al carnaval «No como una fiesta que se le concede al pueblo, sino una fiesta que el pueblo se concede a sí mismo.  Amo absoluto y alegre, durante el carnaval, el pueblo toma consciencia de su comunión objetiva en la sensación popular de un devenir colectivo. Pero también de su inmortalidad terrestre e histórica, y de su renovación y crecimiento incesante»

En nuestra América Latina la historia del carnaval está atravesada por rasgos interculturales donde se mixturan, a esta tradición cristiana, la cultura de los pueblos originarios y una fuerte impronta africana, producto del aporte de las personas de distintas comunidades traídas a este continente en calidad de esclavizadas.

Esta tradición que, según Batjin (1), por un breve período de tiempo, subvertía jerarquías sociales, habilitaba la inversión de roles, permitía el quiebre de normas y omitía las restricciones corporales o sexuales, generaba cierto sentido de igualdad a través de la burla o lo burlesco, llegó a este continente de la mano de los los colonizadores españoles y se impuso sobre los  festejos de tradiciones religiosas y culturales que coincidían con las fechas de febrero y marzo. En el Río de La Plata, durante estas celebraciones los habitantes de esta aldea, sin distinción de clase o condición social,  se volcaban a las calles donde se mezclaban con sirvientes, artesanos, comerciantes, damas de sociedad e incluso esclavos. Los carnavales porteños, llegaron a ser famosos, e incluso fueron motivo de escándalo, como el «fandango» que se bailaba en la Casa de Comedias. Sin embargo,  a partir de la segunda mitad del siglo XIX, el poder y la xenofobia se convirtió en una constante en esta celebración. 

El antropólogo Norberto Ciro, especialista en estudios afroargentinos y afroamericanos de la Universidad de La Plata, desarrolla una visión particular respecto al festejo de los carnavales y sus aportes desde la época colonial. Sostiene que «fue una de las expresiones que desde mediados del siglo XIX revelaría -detrás de la risa y la máscara- las diferencias sociales de un país y una ciudad fuertemente racista, en la que existían diferentes cosmovisiones y donde se impondría la visión europea, en tanto la población afrodescendiente terminaría replegándose al mundo privado ante la burla de los blancos».

Ciro asegura que «A partir de la segunda mitad del siglo XIX se entabló una lucha de sentidos muy fuerte entre la sociedad envolvente, blanca, y la comunidad afroporteña, que eran afroargentinos de tronco colonial, porque festejaban el carnaval de manera distinta: Se fusionan o prácticamente se impone esa versión europea y todo queda como carnaval, un ‘carnaval mestizo’, se podría decir».

«En tanto, la población negra, aquella que había sido traída de África, donde no existía el concepto de carnaval, y había vivido esclavizada por los amos colonialistas, tenía otra cosmovisión, otra cultura, en la que la práctica de la música era cotidiana, y entre los afroargentinos era cotidiana también, no es que en carnaval salían a tocar y divertirse sino que eso lo hacían todo el año», explica Ciro y añade: «durante el proceso de Conformación del Estado Nacional, después de 1850, un Estado que se erigía sobre una fuerte desigualdad, control y exclusión social, que pivotaba en las herencias coloniales, y donde los festejos de cada sector social era diferente, surgió un elemento inesperado y terriblemente desnivelador:  la moda de los blancos de salir pintados de negro».

«Esta moda que en  Estados Unidos  había impactado a Sarmiento, hombre muy muy afecto al carnaval, eran nada menos que los denominados ‘Minstrels’: compañías cómicas circenses de blancos que se pintaban de negro parodiando en tono despectivo a las plantaciones del sur y a los negros con el estereotipo de holgazán, sonriente, hipersexuado, siempre amigo de las fiestas y del alcohol», relata el Ciro.

En el carnaval de 1870 Sarmiento, por entonces presidente de la Nación, trae esa comparsa que hace furor entre los porteños. Desde  entonces surgen decenas de comparsas de falsos negros. «Eso produjo un hondo dolor en la comunidad afroporteña, porque quienes se burlaban de elloseran sus propios amos y los hijos de sus amos. No podían entender ese tipo de burlas, porque las reglas de los negros en carnaval eran otras».

«Mientras que para los blancos, el carnaval era diversión: se cambiaban los roles y todo estaba bien. Los negros matenían una lógica distinta, tocaban los tambores en carnaval al igual que lo hacían el resto del año. En esa relación asimétrica de los negros como descendientes de esclavizados, la lógica de los festejos de los blancos no entraba, entonces se retiraron del espacio público de carnaval y se llamaron a silencio, retiraron sus comparsas y replegaron el candombe al ámbito privado familiar. Esto se dio alrededor de 1880, cuando se consolidaba un modelo de país fuertemente europeizado, en donde la membresía de ciudadanía era ser blanco, europeo en piel y cultura; ninguna otra tradición no blanca se podía mantener con dignidad en la arena pública».

«Ese repliegue y pacto de silencio duró hasta 2007, cuando se creó en la localidad bonaerense de Merlo un grupo de candombe porteño que fue el primero formado para mostrarlo a la sociedad y con un criterio cultural de reivindicación y orgullo», explica el antropólogo y añade que esta situación marca la profunda diferencia entre Buenos Aires y la historia de la población afrodescendiente de Montevideo, donde hubo otra dinámica, otra relación con el Estado.

No obstante, hubo persistencia aislada y que se mantuvieron algunas asociaciones afroporteñas que festejaban el carnaval público, como el «Shimmy Club» en la ahora desaparecida Casa Suiza, en el barrio de San Nicolás. Entre 1929 y 1978, que festejaban ocho noches y luego salían por las calles próximas bailando candombe y rumba al son de los tambores.

El cambio en el concepto y la celebración de los carnavales porteños se dio en el marco de un incipiente reverdecimiento de las identidades no blancas con la democracia; primero fueron los indígenas con mucho esfuerzo y a fines de los 80, principios de los 90, empieza a resurgir la comunidad afroargentina, con muchos contratiempos, y con una necesidad actual de visibilizar y socializar tradiciones que estaban desconocidas.


  1. BATJÍN, Mijail (2005 [1941]). La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. Madrid, Alianza.

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