La Otra Historia de Buenos Aires

Segundo Libro
PARTE XVIII

por Gabriel Luna

Los Tres Alonsos

Años 1659 – 1660. Rara vez una historia podrá ser contada y necesariamente explicada por la concurrencia y el accionar de tres hombres con el mismo nombre. Sin embargo, este es el caso. El primer Alonso en llegar a esta historia fue el general Alonso Herrera Guzmán y Velazco, de familia de conquistadores, que había nacido en Santiago del Estero. Herrera Guzmán llegó por primera vez a Buenos Ayres en 1638 trayendo noticias de un alzamiento calchaquí, pedía ayuda militar, y venía además para ocuparse de ciertos negocios familiares con su hermano Felipe, radicado desde hacía años en el Río de la Plata. No perdió el tiempo: persuadió al gobernador Mendo de la Cueva de marchar contra los calchaquíes, cerró la venta de una partida de esclavos negros con Tapia de Vargas -que era suegro de su hermano-, y consiguió los favores o retribuciones de la mujer más hermosa y codiciada de la Aldea: María Guzmán Coronado, también involucrada en el negocio de los negros.

El segundo Alonso, Alonso Pastor, había nacido en Castilla la Vieja, era de inteligencia emprendedora, familia campesina, y llegó a Buenos Ayres en 1648 buscando un campo propio sin piedras ni cercas, donde labrar, apacentar y cuidar ganado -como lo indicaba su apellido- y para comerciar ese ganado y los frutos de la tierra, sin el yugo de la nobleza terrateniente española.

El tercer Alonso en llegar a Buenos Ayres fue Alonso Mercado Villacorta, quien había nacido y estudiado en Salamanca hasta los dieciséis años, cuando decidió su carrera militar y tomó asiento de soldado para participar en la guerra de Cataluña, que se había sublevado contra España. Mercado Villacorta hizo varias campañas hasta que cayó en una emboscada en Lérida donde fue herido en la cabeza y llevado preso a Barcelona. Estuvo en la cárcel hasta 1642, cuando fue canjeado. Volvió a pelear en Lérida, después en la toma del castillo de Aytona, después en el sitio de Monzón. Y volvió a Lérida en 1644, donde su caballo fue derribado de tres balazos pero él resultó ileso. Peleó contra los franceses en Mont Blanc durante 1647 y 1648. Fue herido en el Ebro en 1650. Pero nada lo detuvo, tomó en Tortosa los fuertes de Isabel y San Juan, y en 1651 entró a Barcelona, donde peleó hasta vencer a Cataluña en 1652. Alonso Mercado Villacorta había pasado en guerra más de la mitad de su vida, había ascendido de soldado raso a capitán general de dragones. Notado su desempeño, Felipe IV lo nombró -para recompensarlo y servirse de su lealtad- gobernador del Tucumán. Y así fue como Mercado Villacorta pasó a las Indias Occidentales, viajó al Caribe y luego bajó por la ruta del Pacífico, tomó contacto con los mercaderes limeños, y asumió la gobernación de Tucumán el 24 de junio de 1655, tenía entonces treinta y cinco años.

Las ficciones de Bohórquez

Alonso Mercado Villacorta quedó pasmado ante la extensión de su gobernación. En Santiago del Estero conoció al primer Alonso, Herrera Guzmán y Velazco, quien le recomendó dividir la gobernación en cuatro distritos y poner corregidores en cada uno para poder abarcarla. Una mayor contrariedad ocurre en en los distritos del oeste, le dijo el primer Alonso, donde está el Valle Calchaquí -en las actuales provincias de Salta, Tucumán y Catamarca-, allí la rebelión indígena amenaza con ocupar el Valle y además extenderse. No hay tanta contrariedad en los distritos del este -actuales provincias de Córdoba, Tucumán, Santiago del Estero y Salta-, aquí el asunto es el contrabando que va o viene de Buenos Ayres fastidiando a la Corona y a los mercaderes limeños. Villacorta agradeció el cuadro de situación y nombró a Herrera Guzmán teniente de gobernador. Estaba atareado con el asunto del contrabando cuando recibió una noticia alarmante. Había aparecido en el distrito sudoeste, una persona extraordinaria, al parecer un descendiente del Inca, que estaba convocando a las tribus. Había sido visto a principios de junio de 1656 en San Juan Bautista de la Rivera -actual Villa de Pomán, al sur de Catamarca-. El magistrado Calderón quiso detenerlo pero el extraño personaje, identificado como un tal Bohórquez, logró huir amparado por el gran cacique Piguanta y entró en el Valle Calchaquí. Allí se extendió rápidamente la convocatoria del personaje, quien se hizo proclamar como el verdadero Inca y tomó el nombre de Huallca Inca. Les decía a los naturales que había llegado para liberarlos y terminar con los españoles, exhortándolos a que restaurasen en su persona el trono de los antepasados, la dignidad perdida. Y les decía a los misioneros del Valle que su intención era aprovechar su trono para engrosar las arcas reales con la mitad del tesoro secreto de los incas, enterrado en distintos lugares que le serían revelados, y que la otra mitad la entregaría a los misioneros para hacer obras y así ganar a los indios para la causa de Dios.

El tal Bohórquez, Bórquez, Bórgez o a veces escrito Borges, era en realidad un andaluz fabricante de ficciones olvidables. Era un truhán, un personaje de la picaresca española, o era tal vez un antecesor, un antepasado biológico o ideológico del escritor argentino Borges, también fabricante de ficciones, que aparecería en el Río de la Plata trescientos años después.

Bohórquez había pasado de Sevilla al valle de Jauja en Perú, se había casado con una india y era un trapacero menor -perseguido por la justicia y protegido por los indígenas- hasta que creó su primera gran ficción y fue a Lima para probarla. Se trataba del fantástico imperio de Paypiti, comarca con minas de oro y plata, que ubicó en el nacimiento del río Marañón. Ataviado con lujos, rodeado de indios encadenados y mostrando métales brillantes, convenció al virrey conde de Chinchón de hacer la expedición necesaria. Y una mañana partió el trapacero y palabrista Bohórquez hacia Paypiti al mando de doscientos soldados y un puñado de franciscanos, ya convertido en conquistador. Así empezó su oficio. Tras varios años de aventuras y cárceles, se volvió eximio en el arte del engaño, y llegó al valle Calchaquí convertido en el Huallca Inca. Obtuvo en menos de un año el apoyo de treinta caciques, entonces convocó al gobernador Alonso Mercado Villacorta a una reunión el 20 de junio de 1657.

Los Alonsos llegan a Buenos Ayres

En un encuentro fausto y multitudinario celebrado en la humilde villa San Juan Bautista de la Rivera, Bohórquez persuadió a Villacorta de que lo nombrara teniente de gobernador del Valle y justicia mayor a cambio de pacificar a los calchaquíes y entregar una parte del tesoro de los incas. No cumplió Bohórquez lo acordado, sino que por el contrario, uso sus cargos para moverse con impunidad en la provincia y usó el título de Inca -también refrendado por Villacorta- para convocar y alzar a las tribus, incluso más allá del Valle. Cayó en cuenta Mercado Villacorta del engaño, dejó de ocuparse del contrabando, y, ante el peligro de un alzamiento indígena en todo el virreinato, se ocupó de lo que mejor sabía: la guerra. Tras un año de levas, logística, inteligencia, batallas, intrigas y emboscadas, logró atrapar a Bohórquez y lo remitió a Lima en abril de 1659. Decidió entonces sofocar toda la insurrección indígena de la gobernación. Cuestión que estaba haciendo con gran eficacia hasta que recibió la orden real de trasladarse a Buenos Ayres para hacerse cargo de la gobernación del Río de la Plata. No era un reconocimiento por haber vencido a Bohórquez y sofocado la insurrección, sino una decisión del Consejo de Indias por el informe que había presentado Villacorta un año atrás sobre el contrabando de Buenos Ayres.

                 

Como quería acabar su campaña indígena y estaba en dura guerra con los chichas, los hualfines, los taquigastas y los quilmes, Mercado Villacorta mandó a Buenos Ayres para que lo precediera al primer Alonso, Alonso Herrera Guzmán y Velazco, y le pidió que le hiciera un cuadro de la situación.

Herrera Guzmán encontró en Buenos Ayres a su hija de veinte años, Ana Velazco, habida con la bella hetaira María Coronado, y se alojó en la casa de su hermano Felipe Herrera Guzmán, rico mercader dedicado al contrabando. La situación era compleja. Tras haber vencido a los franceses en un combate naval, se había abierto el puerto a los holandeses, crecía el comercio y crecía la política: la lucha por el poder y por los intereses.[1] El obispo Mancha apuntaba contra los jesuitas porque le impedían extender su diócesis a las reducciones y contra el gobernador Baygorri porque apoyaba a los jesuitas y porque al abrir el puerto a los holandeses había convertido el lugar en una herejía. Además, el Consejo de Indias -atento al informe de Villacorta- designó a un fiscal, Muñoz de Cuéllar para investigar lo que ocurría. Muñoz de Cuéllar pronto se alió con el obispo Mancha y acusó a Baygorri de descuidar la defensa de la Aldea por quitar los cañones de los fuertes -sin saber que así se había logrado artillar los navíos que protegían la costa-.

Cuando asume Alonso Mercado Villacorta el 26 de mayo de 1660 la situación empeora. Muñoz de Cuéllar inicia el juicio de residencia de Baygorri. Villacorta cierra el puerto. El Obispo aplaude. Una mayoría apoya a Baygorri. Y en medio de todo ocurre algo extraordinario, surge una voz, la del segundo Alonso, Alonso Pastor, que es el procurador general y pide un cabildo abierto para considerar la economía de la gobernación. Por primera vez, desde los tiempos de Hernandarias, se considera y participa la situación real de Buenos Ayres y la gobernación. Se señala que la Ciudad ha sido condenada al contrabando por los intereses de la Corona y los mercaderes limeños, que privilegian la ruta del Pacífico. Y se señala que la causa principal de la pobreza es la falta de desarrollo de un mercado interno, precisamente por la inclinación al contrabando.

    

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[1] Ver la Invasión Francesa y el combate naval en Periódico VAS Nº 70.

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La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)

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