La Otra Historia de Buenos Aires

Antecedentes
PARTE XXX

por Gabriel Luna

Pizarro y Sousa, caminos diversos pero el mismo destino
Mientras Francisco Pizarro ocupa la ciudad de Coaque en Ecuador, saquea almacenes y templos, acumula un respetable tesoro, da provisión y descanso a su tropa y espera refuerzos desde Panamá y Nicaragua para continuar, Martín Afonso Sousa zarpa de Río de Janeiro bordeando la costa rumbo al sudoeste durante 200 kilómetros, y llega el 12 de agosto de 1531 a la isla de Cananéia. Los dos, el español y el portugués, yendo por distintos océanos, tienen la ambición de llegar a las tierras del Rey Blanco.

Sousa y el camino de Alejo García
Sousa toma contacto con algunos náufragos de las flotas de Solís y Gaboto y (lo que potencia su ambición) con sobrevivientes de la famosa travesía de Alejo García. Varios años atrás, en 1524, Alejo García, un náufrago de Solís que se había integrado perfectamente a los indígenas, emprendió o formó parte con cuatro marineros y cientos de guaraníes, de una extraordinaria expedición por el camino del Peabirú hacia las tierras del Rey Blanco. Es decir, integró una expedición terrestre al Tawantinsuyu, que era el Imperio inca, para llegar hasta Cuzco, el lugar de la maravilla y la riqueza, la ciudad del Rey Blanco, es decir de Huayna Cápac. No se sabe, por falta de hallazgos y documentos, si Alejo o Aleixo García -el sencillo marinero portugués reclutado por Solís- fue el artífice de semejante aventura, o fueron los guaraníes quienes utilizaron a García para sus propósitos. La cuestión fue que las tropas guaraníes y tupíes crecieron bastante durante los cuatro meses que tardaron en llegar desde Cananéia y Santa Caterina -actual Florianópolis, de donde había partido García- hasta la todavía inexistente ciudad de Asunción; y siguieron creciendo durante siete meses más en el recorrido por el río Paraguay, en el Chaco boreal y en los Andes bolivianos, hasta que después de 2.000 kilómetros llegaron a la frontera del Tawantinsuyu. Se sabe que García, los guaraníes y los tupíes asolaron la región de Cochabamba, y que robaron quizás discretos pero concretos tesoros. Habían llegado a 1.300 kilómetros del Cuzco, y a sólo 150 kilómetros de la aludida Sierra de plata (¡Era más que una leyenda!), que los españoles descubrirían recién en 1540 y llamarían Potosí. Los incas rechazaron la invasión y ordenaron sus puestos de frontera en la actual Bolivia. Algunos guaraníes y tupíes se quedaron combatiendo; y otros, con García y los tesoros robados, emprendieron el largo regreso por los Andes bolivianos, el Chaco boreal, y el río Paraguay. Pero encontraron tribus hostiles. Alejo García, el descubridor europeo de Paraguay, de Bolivia, y de la certeza del Imperio inca, no tuvo un final feliz. Murió junto a tres marineros y varios guaraníes, en un enfrentamiento con los indígenas payaguas a fines de 1525. Sólo una parte de la expedición volvió con algunas joyas para mostrar y contar la historia.
Una historia que Sousa escucha embelesado, mientras admira un brazalete de oro, una esmeralda engarzada, y también advierte el propósito y la audacia de los marineros. Entonces Sousa planea otra travesía por el camino del Peabirú, pero muy distinta. García y los cuatro marineros habían salido sin caballería, armaduras, ni armas de fuego, junto a un grupo de guaraníes. Ahora se trata de enviar una tropa de 80 hombres, bien pertrechada, al mando del capitán Pedro Lobo, guiada por un sobreviviente de la travesía anterior, y acompañada por una tropa fuerte de tupíes.
Esta expedición parte concretamente desde Cananéia y la selva de Mandira el 1º de septiembre de 1531 hacia el Tawantinsuyu. Y Sousa planea también llegar allí, pero haciendo el recorrido por mar: zarpando hacia el sur hasta el Río de la Plata, y remontándolo hasta encontrar a la expedición de Pedro Lobo, ya entonces, probablemente próxima a la ciudad del Rey Blanco. Y con ese objetivo, además del de la colonización, parten los cinco barcos de Sousa, hacen 300 kilómetros hasta Santa Caterina -la isla de los naufragios de Solís y Gaboto, y de donde había partido Alejo García- y recorren 1000 kilómetros más bordeando la costa hasta llegar a la isla Gorriti, -frente a la actual ciudad de Punta del Este- en la boca del Río de la Plata, el 16 de octubre de 1531. Allí hacen base y se disponen a preparar los barcos y los ánimos para remontar el Río; es tiempo de sudestada.

Pizarro y el camino por el Ecuador
Mientras Sousa hace base en la isla Gorriti, Pizarro recibe refuerzos de Panamá y Nicaragua. Entonces puede continuar su expedición, y deja la ciudad de Coaque. Cabe aclarar que ha comprado dichos refuerzos -alistado más tropa, obtenido otro barco y más pertrechos- con el tesoro saqueado en Coaque. Los tres barcos de Pizarro van rumbo al sur por el océano Pacífico, bordeando la costa, encuentran un templo abandonado con cabezas reducidas del tamaño de un puño sobre una fila de estacas, huyen, y tras ocho días de navegación y hacer 170 kilómetros llegan al pueblo de Charapotó -también en Ecuador, como Coaque- el 24 de octubre de 1531. Un mal se extiende en la hueste. Algunos dicen que ha sido por desembarcar y curiosear en ese templo de las cabezas endemoniadas, otros culpan al trópico. Se trata de la verruga. Un tumor doloroso del tamaño de un huevo, que postra a los hombres, les provoca fiebres, y si se extirpa causa la muerte por desangramiento.
En Charapotó, que significa huerto de calabazas, también crecen paltas, camotes, yucas, guayabas, y hay bosques con venados, perdices y jabalíes. Ante este paraíso, Pizarro decide detenerse quince días para atender a los enfermos y entrenar a la tropa nueva. Allí recibe la noticia de que Sebastián Belalcázar -un alcalde de Nicaragua y militar de prestigio- ha llegado a Coaque con tropa y barco propio para unirse a la expedición.
Pizarro decide esperar a Belalcázar en la isla Puná -300 kilómetros al sur de Charapotó- que está frente a Tumbes, en el comienzo del territorio peruano. Y desde Puná organizar el ataque contra el Inca. Pizarro ya había estado en la zona tres años antes con su modesta expedición “de los trece”, iniciada desde la isla del Gallo, y había entablado una buena relación con los curacas -los gobernadores incas-.1 El 30 de noviembre de 1531 el curaca de Puná, llamado Tumbalá, recibe a los españoles con oropeles, grandes tiendas de colores vivos, músicos, cantores, y cincuenta bailarines que danzan frenéticos entre los soldados. Las nativas les ofrecen maíz, pescado y frutos en abundancia. Tumbalá les cede unas cabañas. Y Pizarro, según lo que ha planeado, agradece y le anuncia que permanecerán en la isla durante la temporada de lluvias. Llega una tropa bisoña enviada por Almagro desde Nicaragua, llegan las lluvias, las tropas entrenan. Pizarro dirige, planea, organiza, espera a los soldados adiestrados de Belalcázar. Y entre lluvia y lluvia, Tumbalá visita a los españoles con su comitiva de bailarines frenéticos.
Los intérpretes advierten a Pizarro que esos bailarines no son tales sino guerreros disfrazados, que se mezclan entre los españoles para estudiarlos y después atacarlos por sorpresa. Tiene otra advertencia, a través de un curaca de Tumbes, llamado Chilimasa, quien va a visitarlo subrepticiamente y le cuenta de la perfidia de Tumbalá, que hay 600 tumbesinos cautivos en la isla, y que los españoles podrían terminar igual. Entonces Pizarro manda a llamar a Tumbalá y lo apresa junto a tres de sus hijos y varios principales. Se rebelan los tumbesinos cautivos contra los punaínos y piden a Pizarro que les entregue a los presos. De acuerdo con el curaca Chilimasa, Pizarro entrega a los presos y los tumbesinos los ejecutan de inmediato. Esto provoca el ataque de los punaínos a los españoles. Varias canoas rodean un barco, que debe ir mar adentro para no ser abordado o incendiado. Los punaínos entonces atacan las cabañas españolas con una lluvia de flechas, pero hay tres filas de rodeleros y una línea de artillería esperándolos. El combate es intenso: entre silbidos y estruendos, garrotes y hachas, venablos y mosquetes, gritos y humo, pieles y armaduras. Hay bajas de ambos lados, incluso un caballo. Los punaínos se retiran, tal vez por falta de liderazgo o tal vez para esperar una mejor oportunidad, y Pizarro gana la baza liberando, enviando a los tumbesinos a su tierra, y haciendo una buena relación con el curaca Chilimasa.
Tumbes, el comienzo del Perú, está a la vista y será posible de abordar gracias a Chilimasa. Pero Pizarro todavía está a 1.600 kilómetros de Cuzco; Alejo García, entrando por Bolivia, había llegado más cerca.

Sousa en el Río de la Plata
Mientras Pizarro llega a Perú, Martín Afonso Sousa recorre y hace mediciones en el estuario del Río de la Plata a 2.700 kilómetros de Cuzco. Lo primero que descubre es la sudestada, con fuertes vientos y desniveles del agua. Naufraga la nave capitana por el gran calado y por los vientos en un banco de arena o de barro y mueren siete tripulantes. No será posible remontar el Río con estas naves para encontrar a la expedición de Pedro Lobo en el camino de Peabirú. Se complica lo planeado. Sousa, aconsejado por Enrique Montes, ordena la construcción de un bergantín. Casi como un bote grande pero con una vela latina, que tiene 12 metros de eslora, 3 metros de manga, 1 metro de calado, y 12 remeros por lado. Y se destina al bergantín una tripulación para explorar el Río y tomar posesión de la tierra en nombre de su majestad, el rey Juan III de Portugal.
La tripulación de 30 hombres al mando del capitán Pedro Lopes -un hermano de Sousa- está integrada por soldados, colonos, indígenas tupíes y guaraníes (a modo de intérpretes y mediadores), y por Enrique Montes, que había llegado a esta zona con Juan de Solís, había naufragado en Santa Caterina con Alejo García, y había vuelto a la zona como guía de Gaboto. La expedición duraría sólo 20 días (ya que no habría encuentro con las fuerzas de Lobo). Mientras tanto Sousa, con sus naves fondeadas entre la isla Gorriti y el cabo Santa María, también tomaría posesión de la tierra para Portugal, y haría las más precisas mediciones astronómicas que pudiera, para determinar si la zona se encontraba al este o al oeste del polémico meridiano de Tordesillas, usado por los portugueses y los españoles para dividirse el mundo.
Hay un testimonio fehaciente de la expedición del bergantín gracias al diario del propio capitán Pedro Lopes. El 23 de noviembre de 1531 pernoctan en el actual puerto de Montevideo, en Uruguay, y salen de esa ensenada el día 24. Y encuentran agua dulce y gran cantidad de peces muertos, debido al cambio de salinidad y a la fuerte sudestada que provocó el naufragio de la nave capitana. El día 25, ya con plena agua dulce y a la altura de la actual playa de Kiyú, en Uruguay, tienen el primer encuentro con indígenas. Ven canoas de 20 metros, más largas que el bergantín, hombres con penachos de muchos colores, arcos, flechas y lanzas, hombres que reman de pie a gran velocidad. Ven nadadores más rápidos que el bergantín, y una aldea en la playa, muy bien plantada, con casas de esteras para 500 ó 600 personas. Allí se detienen, invitados por los indígenas (probablemente, chaná-timbués) que les ofrecen mucho pescado. Hacen 100 kilómetros desde Kiyú y el día 27 de noviembre llegan adonde hoy está la ciudad de Colonia -frente a la todavía inexistente Buenos Aires-, se detienen exhaustos y hambrientos en la isla Martín García, que llaman Santa Ana, donde “tomavamos peixes d´altura de hum homem, amarelos e pretos, os mais saborosos do mundo”, cuenta entusiasmado Pedro Lopes.2

(Continuará…)

1. Ver “Francisco Pizarro” en La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero, Parte XXIV, Periódico VAS Nº 159.
2. Los peces sabrosos y del tamaño de un hombre que menciona Lopes podrían ser manguruyús amarillos.

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