La Otra Historia de Buenos Aires

 Antecedentes
PARTE IX

por Gabriel Luna

Tras la misa navideña celebrada en una playa de aguas claras entre palmeras y mangles de Río de Janeiro, la tripulación de Magallanes se prepara para dejar el Paraíso. No resulta fácil. Los marineros en la abundancia tropical, sin necesidad de dinero ni rangos, y rodeados de solícitas mujeres desnudas, han descubierto la dicha. El mundo que no era de este mundo, según la Iglesia, estaba frente a ellos. El Paraíso -negado al hombre por un incomprensible pecado original- estaba frente a ellos e iban a dejarlo. ¿Qué habría en cambio? La misa del dios crucificado también prometía dichas, pero la mayoría de ellas eran para después de la muerte y mientras había que vivir de rodillas, con guerras, tormentas, y de sacrificio en sacrificio. Y aún así tampoco esas dichas eran probables, porque quién sabe lo que habrá después.
No toda la tripulación veía con nitidez estas cosas. Uno que sí las veía era el oficial Dante Barbosa, que había sido cronista en África y de la expedición portuguesa a la India por la ruta del Este. Y Barbosa (tal vez por haber visto demasiado) decidió desertar, preferir el paraíso terrenal al improbable paraíso celeste de los sacrificios. Pero fue descubierto, engrillado, y a punto estuvo de caer en manos del verdugo. Entonces, el resto de la tripulación que “veía” pensó -ya que estaba prohibido y con riesgo de vida, quedarse- en incorporar parte del Paraíso a la expedición. Pidió el piloto Joao Carvalho, que había estado en Brasil hacía siete años por una misión portuguesa y que mucho benefició a la flota de Magallanes con sus referencias,1 permiso para embarcar a su esposa brasileña y a su hijo. Y pidieron otro tanto varios tripulantes que querían incorporar mujeres del Paraíso a la expedición, hasta casándose con ellas si los curas de la flota objetaban. Pero la objeción no fue de los curas sino del almirante Magallanes, que permitió embarcar al hijo de Carvalho como paje, pero impidió sumar mujeres a la expedición, por más que viniesen de un paraíso o por más esposas que fueran.
Lo que sí incorporó Magallanes del Paraíso fueron los víveres. Que consiguió de gran calidad y en cantidad. Así refiere el cronista Pigafetta las transacciones con los nativos: “Por un espejito o unas tijeras daban pescado para hartar a diez hombres; por una campanilla, una cesta de fruta; por un anzuelo o un rey de la baraja, seis gallinas, ¡y creían haberte timado!”. Cargadas y embreadas las naos, ya listas para zarpar, Magallanes tiene un presentimiento, las revisa palmo a palmo. Y encuentra varias mujeres ocultas, dispuestas al viaje, al amor y la aventura, pero las devuelve al Paraíso con el pesar de los marineros (Y lo bien que hizo, considerando las próximas desgracias de la expedición).
El 27 de diciembre de 1519, zarpa la flota de la bahía de Guanabara -llamada de Santa Lucía por los españoles-. Irán las cinco naos rumbo al Sur, salen de la bahía de aguas claras, entran en la verde Mar Océano, y pasan por las actuales playas de Copacabana e Ipanema escoltadas por largas canoas de alegres nativas y nativos que despiden a la tripulación.
La flota bordea la costa, pasa por el aún inexistente puerto de Santos, y llega a la bahía de Paranaguá, también sin vestigio humano, donde fondea el 31 de diciembre después de recorrer 325 millas náuticas -unos 600 kilómetros- desde Guanabara. Magallanes busca el paso interoceánico en las diversas entradas de la bahía. No lo encuentra, hace más calor que en Río de Janeiro -cerca de 40ºC-. El Almirante decide descansar brevemente y reaprovisionarse. Debe seguir, según los datos de las cartografías, hasta el Cabo Santa María, ubicado en el comienzo del estuario del Río de Solís -que será conocido después como Río de la Plata-. La flota navega día y noche siguiendo la costa hacia el Sur. Y la noche del 8 de enero de 1520 pasa por la isla Santa Catarina, actual Florianópolis.
Magallanes no sabe que en esta isla hay aún sobrevivientes de la fatídica expedición de Solís.2 Luego de la atroz matanza en el Río de la Plata, la flota de Solís en fuga se topó en Brasil con las tormentas de marzo, y una sus carabelas naufragó en Santa Catarina. Esto ocurrió en marzo de 1516. Hubo dieciocho sobrevivientes. Siete fueron capturados por los portugueses al tratar de ir al norte. Los once restantes, entre ellos el marinero Alejo García, se refugiaron con los guaraníes. Habían transcurrido ya 4 años desde que llegaron a la isla cuando pasa frente a ellos la flota de Magallanes que probablemente no ven, o no les interesa interceptar. ¿Habían encontrado en la abundancia de alimentos, en la distensión religiosa del sacrificio, en el clima templado y las mujeres guaraníes, un paraíso terrenal? No lo sabemos, no hay cronistas entre ellos. Es de suponer que sí hubo una recíproca adaptación en las costumbres, una fluida comunicación, integración y que formaron familias con los nativos. Y se sabe que 4 años después de la aproximación y desencuentro con Magallanes, en el verano de 1524, sucederá algo inconcebible: Alejo García dirigirá una expedición al Imperio inca, aún desconocido para los europeos.
Dicha expedición, que además de fantástica tendrá profunda influencia en la historia colonial de América del Sur, resulta muy comparable a la marcha de Hernán Cortés al Imperio mexica. Los guaraníes informan a Alejo García de la fabulosa riqueza incaica, de los innumerables tesoros y de una montaña de plata, que formará la leyenda del Rey Blanco.3 Lo mismo le sucede a Cortés en el Yucatán con los indígenas totonacas, que le refieren de la riqueza azteca. Alejo García, de codicia comparable a la de Cortés, emprenderá como él una peligrosa e insólita travesía por selvas, montañas y ríos desconocidos, y enfrentará a un pueblo poderoso para robar esos tesoros. García aprovechará la guerra entre los guaraníes y los incas para engrosar su expedición, lo mismo que hace Cortés utilizando la rivalidad entre los totonacas y los mexica. Pero también hay diferencias. Cortés cuenta con un ejército completo: caballería, artillería, infantería, 415 soldados europeos, 1300 guerreros totonacas, más refuerzos por llegar y el total respaldo del Imperio español. García saldrá de Santa Catarina con cuatro marineros del naufragio y un grupo de guaraníes, sin caballería, armaduras, armas de fuego, ni respaldo alguno. Cortés y sus capitanes, montados en caballos (animales nunca vistos por los mexicas) y con armaduras relucientes que los preservan de la muerte, son confundidos por Moctezuma con semidioses, emisarios del dios de los vientos. García y los marineros no llevarán corazas sino sayuelos rústicos, apenas se distinguirán de los guaraníes por la piel y unas espadas. Cortés recorre 400 kilómetros en tres meses, desde Zempoala -donde pactó y unió fuerzas con los totonacas- hasta llegar a Tenochtitlán. García y los guaraníes recorrerán 2.600 kilómetros en once meses, irán desde Santa Catarina (Florianópolis) hasta la frontera del Imperio inca en la actual ciudad de Sucre, en los Andes bolivianos.
No sabemos, por falta de hallazgos y documentos, si Alejo o Aleixo García -el sencillo marinero portugués reclutado por Solís- fue el artífice de semejante aventura, o fueron los guaraníes quienes utilizaron a García para sus propósitos. La cuestión es que las fuerzas guaraníes crecieron bastante durante los cuatro meses que tardaron en llegar a la todavía inexistente ciudad de Asunción, y siguieron creciendo durante siete meses más en el recorrido por el río Paraguay, el Chaco boreal y los Andes bolivianos, hasta llegar a la frontera del Tawantinsuyu, como se denominaba en quechua al territorio inca.
García y los guaraníes asolarán la región de Cochabamba, y como le sucedió a Cortés, encontrarán tesoros. Llegarán a estar a 1.300 kilómetros del Cuzco, la ciudad habitada por el Rey Blanco quien es en realidad el inca Huayna Cápac. Y estarán a sólo 150 kilómetros de la montaña de plata (era más que una leyenda), que los españoles descubrirán recién en 1540 y llamarán Potosí. Los incas rechazarán la invasión, ordenarán sus puestos de frontera. Algunos guaraníes se quedarán combatiendo; y otros, con García y los tesoros robados, emprenderán el largo regreso por los Andes bolivianos, el Chaco boreal, el río Paraguay; y encontrarán tribus hostiles.
Alejo García, el descubridor de Paraguay, de Bolivia, y de la riqueza del Imperio inca, no tendrá un final como el de Cortés. No tendrá títulos ni honores, no tendrá tierras ni será dueño de palacios. Tampoco llegará a viejo. Morirá en el largo regreso, junto a los demás marineros y varios guaraníes, en un enfrentamiento con los indígenas payaguas a fines de 1525. Y será enterrado cerca de la actual ciudad de San Pedro de Ycuamandiyú, en Paraguay. Sólo una pequeña parte de la expedición (todos guaraníes) volverá con algún tesoro a Santa Catarina y contará la historia.
Magallanes no imagina a los sobrevivientes de la expedición de Solís en Santa Catarina cuando pasa por esa larga isla el 8 de enero de 1520. Sabe, porque él llegó a Sevilla tras el arribo de la maltrecha flota de Solís, que se había perdido una de las carabelas de Solís en una tormenta, pero eso no era lo más importante. Sabe que su propia expedición es en esencia, más allá de la osada circunnavegación, una continuidad de la expedición de Solís. Que consistía y consiste en encontrar un paso interoceánico para traer especias de Oriente. Y sabe que ahora mismo va hacia el Cabo Santa María, y que allí empieza esa gran bahía o gran estuario donde Solís buscaba el paso interoceánico antes de morir. Ahora está más preparado que Solís, en número de hombres, artillería y demás pertrechos, podrá guerrear y vencer a los caníbales (es lo que él cree).
El 12 de enero de 1520 la Flota de las Molucas llega al ancho Río de la Plata, conocido entonces como Mar Dulce o Río de Solís, y fondea lejos de la costa por la baja profundidad y los caníbales. Magallanes mide fondos de 3 brazas (5 metros) y decide explorar la zona en la nao Santiago, la más pequeña y de menor calado. Pero antes, al divisar indígenas en la orilla, ordena una batida y despacha tres chalupas artilladas. Llegados a tierra, los marineros abren fuego y cargan -como una brigada ligera- con espadas, hachas y lanzas contra los nativos. Los indígenas huyen, se escabullen entre los juncos y las totoras, “corriendo muy rápido y dando grandes saltos y zancadas, de modo que por más que fuimos por ellos no pudimos alcanzarlos”, cuenta el cronista Pigafetta. La escaramuza, sin víctimas y ocurrida en una orilla no determinada, fue la segunda protagonizada por los españoles en el Río de la Plata. No sirvió de mucho, pero levantó el ánimo de la tripulación, que cargaba con los fantasmas del piloto mayor Solís, de un cura, un astrónomo, tres oficiales y dos marineros, que fueron flechados y comidos en estos lugares.

(Continuará…)

1. Ver La Otra Historia de Buenos Aires, Libro I, Parte I-7. Periódico VAS Nº 135.
2. Ver La Otra Historia de Buenos Aires, Libro I, Parte I-2 y Parte I-3. Periódico VAS Nº 130 y Nº 131.
3. El Rey Blanco, cubierto de plata, puede considerarse como la versión austral de la leyenda del Dorado.

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