Leticia Martínez: “Quiero vivir de cara al sol”
por Maia Kiszkiewicz
“Escribo una historia yuxtapuesta, recortada, frágil, en pleno desarme. Como en un rompecabezas, cada parte tiene su sitio. Necesito verlas todas juntas para tratar de ubicarlas”, escribe Leticia Martínez en su primera novela, “De cara al sol”, que acaba de ser publicada y se consigue escribiendo a [email protected].
Con este libro, Leticia camina por el borde que separa y une ficción y no ficción. Cuenta una historia que sólo ella sabe cuánto tiene de real y que, desde esa subjetividad asumida, se inscribe en un contexto social para dialogar directamente con la vida de quien lee. “De cara al sol” interpela porque habla de la amistad, la vida, la muerte, la maternidad, la familia, el barrio. Y porque decir 30 de diciembre de 2004, en Buenos Aires, es hablar del signo de una época.
En Cromañón murieron 194 personas, y más. Las vidas siguieron, también las muertes. Hubo más duelos, como el que vive la protagonista de “De cara al sol” estando embarazada. “No escribí para que cierre el tema Cromañón, sino para que abra nuevos lugares y que no quede instalado en el lugar de angustia que, a veces, lleva a callar”, dice, en comunicación con Periódico VAS, Leticia Martínez, escritora, investigadora y tallerista en el espacio “Los Mundos Reales”.
En la novela decís: “La escritura es física, con todo el cuerpo”, ¿cómo fue el proceso corporal de escribir “De cara al sol”?
Cuando las cosas se bajan a palabras, sobre todo escritas, repercute. Hay una frase que trabajé en el taller de escritura, con Pablo Ramos, que es de Santa Teresa y dice que las palabras llevan a las acciones, alistan el alma, la ordenan y la mueven hacia la ternura. Cuando se escribe, algo del caos interior acomoda. Y con la escritura de “De cara al sol” toda la bronca y tristeza que sentía se transformó.
También pienso en lo que dice Kierkegaard sobre que la vida se vive hacia adelante, pero se entiende mirando hacia atrás. Por eso escribo. Contar permite repensar. El trabajo es encontrar el propio orden en el propio caos.
En “De cara al sol” el cuerpo de la protagonista aparece atravesando un pronto nacimiento, y la muerte. A la vez, está siendo atravesado por opiniones de la gente, sobre todo en torno al embarazo.
Sí. Yo pasé por las experiencias de la maternidad, crianza, puerperio y la verdad es que las cosas que tuve que escuchar de gente cercana fueron terribles. Lo decían desde el cuidado, pero hay demasiada opinión sobre el cuerpo que gesta. Al mismo tiempo, viví la muerte de una persona querida.
En ese momento no tomé dimensión. Estaba embarazada, murió mi amiga. Mientras escribía murió mi papá. Empezaba a tener esa certeza de que la gente que queremos se muere, y también nace. Y, ¿qué pasa? Me daba bronca que siguiera todo igual. No quería olvidarme las voces. ¿Cómo rearmo una voz que no recuerdo? Bueno, ahí aparece la ficción.
Aparecen varias voces en la novela. Hay un trabajo en la polifonía desde el discurso directo. Están los medios, también. ¿Por qué fue esa decisión?
Por un lado, no me sentía reflejada en los discursos de los medios. Hablaban mucho desde las cifras y sentía que al manejar números se perdía la mirada singular. Las cifras son importantes para una reparación. Como con la dictadura cuando las familias necesitan presentarse y buscar subsidios, o para el proyecto que busca conmemorar el 30 de diciembre como el Día Nacional de la Juventud Comprometida en homenaje a las víctimas de Cromañón. Entonces tiene sentido. Pero después termina siendo sólo estadística y detrás de eso no nos encontramos con las historias de cada uno y cada una. Quería mostrar eso.
A la vez, me interesaba recuperar la voz de Abi. Y como la mayoría del texto es en primera persona, me parecía importante alternar para que no sea puro ego y meditación. Fue difícil. Viví con esa voz un montón de tiempo. El trabajo empezó en 2012 con un texto que llevé al taller de Pablo Ramos y que, cuando lo leía, él me interrumpió para preguntarme si estuve en Cromañón. Cuando le dije que sí, me propuso escribir ficción sobre eso, contar mi historia y mis personajes. Después, en 2015 me senté a escribir.
Una pregunta que aparece en la voz de Abi es: “¿Qué sería de cara al sol?”. ¿Qué le responderías?
Es la aventura que vive este personaje, su transformación. Transitar ciertos lugares oscuros. De cara al sol es plantarse, dejar de mirar para abajo o para atrás y ver de frente lo que pasa. De frente y hacia adentro, sin esconderse. Asumir ese interior, con todo lo doloroso y angustiante que sea. Y estar ante ese sol, que no siempre es algo bueno pero sí es inmenso. Y la frase viene de una canción de callejeros que dice “quiero morir de cara al sol”, lo que me parecía aún más fuerte.
Y creo que mi trabajo con la novela fue ver cómo ponerme de cara al sol. Yo pensaría, en realidad, quiero vivir de cara al sol. En la medida de lo posible y sabiendo que el sol también quema, como la realidad que muchas veces tenemos por delante.
En la novela contás tu historia, situada, enmarcada en un contexto. ¿Qué pensás sobre esa relación que une lo literario con lo social y político?
Como escritores o escritoras tenemos posiciones subjetivas y discursivas sobre la realidad. Cuando escribo sobre un personaje tengo un modo singular de entenderlo y, a la vez, sé qué clase de escritora soy. Me siento inscripta en la clase trabajadora, obrera por mi origen familiar y parte de la primera generación que llegó a la universidad. Tuve una educación muy distinta a la de mi familia y eso es algo que está en mí. No me interesa hacer personajes o discursos fuera de eso.
Hago ficción desde ese lugar, el mío. En la novela bardeo bastante a Villa Crespo, pero es el barrio como lo conocí. Esto es algo que me costó un montón asumir porque hay una idea de la literatura en la que parece que escritores y escritoras están cómodos en sus casas, que no pagan alquiler y no trabajan de nada más que de escribir. A mi no me interpela y no es lo que soy. Mi escritura está atravesada por trabajar mucho, cobrar poco, vivir con mis hijas, con otra persona, buscar el momento para escribir y todo eso que me fue heredado también, cómo vivía, el tema de la vivienda, mis viejos sin trabajo.
También investigás sobre el vínculo entre los talleres de escritura y el aprendizaje de la lengua y literatura en niños, niñas y jóvenes, das talleres. ¿Cómo aparece, en las diferentes edades, esto de que cueste asumir la posibilidad de contar la propia historia?
Es algo que trabajo con todas las edades. Entender que todos y todas podemos contar es difícil. Parece que hay algo machacado desde que somos chicos y chicas, que las historias están sólo dentro de un libro y que quien escribe es una persona lejana. Hay que bajar eso a un ámbito concreto, aceptar la mirada que tenemos sobre las cosas y encontrar los mecanismos propios para contar.
Para eso, también es importante que se vincule a los libros y a la literatura con algo ameno y no sólo con el leer y que te tomen un examen. La literatura, de por sí, genera conocimientos más allá del placer y el entretenimiento. Al escribir, los chicos y las chicas se conocen a sí mismos y sus historias intervienen absolutamente en la realidad. A la vez, aprenden del proceso de tachar, escribir, enojarse y se ponen contentos cuando sale publicado en algún lado.
¿Cómo funcionan las políticas públicas respecto a eso?
Cuando era chica, en un contexto en el que tenía para vestirme, comer y nada más, no estaba la posibilidad de pensarme como escritora. Lo máximo era terminar la escuela e ir a trabajar. Entonces hay que repensar algunas cosas porque no puede ser que se anulen posibilidades.
En nuestra ciudad, la escritura muchas veces es un privilegio. Hay oferta de talleres gratuitos, a contra turno casi siempre, pero a veces faltan los medios o la creencia de que se pueda llegar hasta ahí. Más en este momento en el que la mayoría de los chicos son pobres. Entonces, es la escuela, que supuestamente es para todos y todas, la que tendría que brindar la posibilidad de encuentro con la escritura. En las escuelas hay clases de plástica, de música, ¿por qué no está pensada la escritura como una práctica artística?