Relatos indómitos

¿Nunca chupaste los anillos de Saturno?

por Marta García

El anochecer trompea cielos gaseosos y desde el observatorio de mi astigmatismo me entrego a la contemplación de astronautas enredados en cables y aerolitos azotando a Júpiter y Urano, mis vecinos sin medianera.
Estoy flotando en el hogar de los hogares: Saturno. Floto porque aquí no hay superficie ni pistas como las del Aeropuerto de Pajas Blancas. Sólo gas. Así que, ¡chau, módulos Apolo!, a jorobar al lado oscuro de la luna.
Desde aquí, todo es diverso. La Tierra se ve pequeña y frágil, como una pera dorada a la que dan ganas de lamer si no fuera por los gusanos que la corroen. Es una lástima que esta superfruta esté en declive, pero no puedo evitar maravillarme ante la belleza de su magma caliente y explosivo que me hace voraz.
A lo lejos, puedo escuchar los gritos de los marcianos, furiosos todavía por el incidente Roswell. Me da risa su rencor eterno por haber sido mostrados como muñecos inflables justamente ellos que son los más encendidos y rojos del sistema solar.
Imposible olvidar mi primera visita al inmedible Júpiter, cuando me perdí en su inmensidad gaseosa llena de helio y nitrógeno a propósito para ahuyentar a la especie humana.
Por eso, Saturno es mi hogar. Sus anillos, más rápidos que una bala, me abrazan y son mi defensa ante tanta chatarra y habladurías espaciales. Y si bien es puro gas, puedo respirar mejor su hidrógeno que el oxígeno terráqueo de mi barrio lleno de gente sin fantasía.
De repente, un grito interrumpe mi monólogo interior gaseoso.
– ¡Vení de una buena vez a comer que vas a llegar tarde!… ¡y dejá de chupar el azúcar de los anillitos, por el amor de dios!… y no seas asquerosa y los vuelvas a poner en la lata…
Apenas puedo creer que mamá confunda los anillos de Saturno con los de terrabusi. Ya empezó a convertirse en una loca. Me pregunto cómo es posible que no haya descubierto mi nave espacial ultra sofisticada, escondida en el gallinero. Y la confunda con una lata de galletitas. Pero no tengo tiempo para pensar en eso ahora, ella me urge a bajar y comer sus requisitos binarios. Es hora de enfrentar la realidad y volver a la Tierra, aunque sea por un rato cuántico.
Me despido de mi carnal Saturno y le prometo regresar pronto, trayendo a mis amigas y a mis hermanas. Despliego mis alas, que se transforman en motores propulsores y dejo que el espacio me chupe. La Tierra, a 1200 millones de km me espera, con sus problemas y sus detonaciones, pero al menos sé que siempre podré volver a Saturno, donde sus gases me esperan con sus anillos abiertos y…
-Pero dónde estabas, chinita de miércoles… vas a llegar tarde a la escuela otra vez… será posible, mirá la hora que es… ¡volá… volá de acá!…
Y volé.

Marta García o Marta Drooker es licenciada en Letras en la UNC, escritora y editora en Grupo Editor 7. Una invitación al trabajo colectivo y participativo que reconoce el derecho de les autores sobre sus obras y las regalías que le corresponden.

Fotografía: Elliott Erwitt.

 

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