Revuelta y revolución

por Gabriel Luna

PARTE II

Hubo los últimos cuatro años en Latinoamérica dos grandes triunfos electorales del neoliberalismo, ambos impulsados desde EE UU y logrados gracias a los espíritus colonizados y además potenciados por fake news y lawfare. Primero sucedió con Macri en 2015 y después con Jair Bolsonaro, que llegó a la presidencia de Brasil en enero de 2019, tras una enorme manipulación mediática y un circo judicial que puso a Lula da Silva entre rejas impidiéndole competir en las elecciones.
Luego de estos “triunfos” que acentuaron las transferencias de riqueza, la desigualdad y la pobreza en la región, hubo un repliegue del neoliberalismo a partir de octubre de 2019, marcado por las revueltas en Ecuador -debido a la quita de subsidios a los combustibles impuesta por el FMI-, por la derrota electoral de Macri, por la reelección de Evo Morales en Bolivia, por el desbaratamiento del law fare y puesta en libertad de Lula da Silva, por la resistencia en Venezuela; y por las continuas revueltas, ya convertidas en una revolución que enfrenta hasta hoy al neoliberalismo en Chile.
Despiertan los chilenos y muchos latinoamericanos más, de un largo sueño. El neoliberalismo reacciona con una feroz represión en Chile y un violento golpe de Estado policial, militar y religioso en Bolivia. Pero no consigue aplacar a los pueblos. Hay voluntad, conciencia, lucha, solidaridad y pensamiento crítico. Latinoamérica apunta a completar una emancipación que -como dicen los historiadores- resulta estar pendiente desde hace doscientos años.

Informe de Chile y Bolivia

Desde noviembre de 2019, hay una revolución en Chile marcada por un mes de revueltas diarias y multitudinarias en las calles de todas las ciudades del país, que apuntan -como dicen los chilenos- no sólo a rechazar el aumento de los 30 pesos en un boleto de subte (cuestión que inició el conflicto) sino a terminar con los 30 años de opresión, pobreza y desigualdad del régimen neoliberal.
Desde noviembre, también se lucha en las calles de Bolivia contra un gobierno de facto. Porque hubo un golpe de Estado, militar, policial y religioso que derrocó al gobierno progresista de Evo Morales -cuyo mandato constitucional recién debía terminar en enero de 2020-. Y lo que pretende imponer el gobierno de facto mediante la fuerza, el racismo y la fe cristiana, es un régimen neoliberal.

Profundizando

Chile había sido el “exitoso” modelo neoliberal latinoamericano -inaugurado también por un golpe de Estado- hasta que la pobreza y la desigualdad fueron insoportables. Y estallaron las revueltas que hoy se profundizan en revolución. Manifiestan los chilenos contra el presidente Piñera (y también contra la clase política), por causa de la pobreza y de la concentración de la riqueza en manos de las corporaciones extranjeras y de cuatro familias cipayas. Se descubre de repente al mundo la enorme desigualdad y el mal vivir disfrazados en los informes económicos: las altas tarifas, la privatización de la seguridad social, de la salud y la educación, los enfermos desahuciados por el sistema, los estudiantes endeudados de por vida para pagarse una carrera. ¡Hasta el agua está privatizada en Chile! Manifiestan los estudiantes, los rotos y los mapuche; van contra la pobreza, contra la exclusión de la tierra, contra la extracción y el colonialismo. Derrumban en la ciudad de Concepción una estatua del conquistador Valdivia, exterminador del pueblo mapuche. Derrumban más estatuas, en Temuco y en Santiago.
Los males -dicen los chilenos en las calles- empezaron con el imperio español, continuaron con el imperio inglés y siguieron con el estadounidense. Kissinger y Milton Friedman armaron el modelo neoliberal chileno mediante un sangriento golpe de Estado al gobierno socialista de Salvador Allende. Hoy Donald Trump gerencia y celebra el golpe de Estado, también sangriento, contra el gobierno socialista de Evo Morales. La administración política-económica de Morales y García Linera duró casi catorce años y fue de verdad ejemplar, prueba esto que fuera elegida por el pueblo en cuatro períodos. Se nacionalizaron los hidrocarburos. Creció el PBI a razón del 5 % anual, un crecimiento mayor al de cualquier país del continente, incluyendo EE UU. Disminuyó la desocupación a la mitad. La inflación anual no alcanza el 2 % anual (en Argentina supera el 54 %). Se construyó mucha infraestructura. Se celebró e integró a los pueblos originarios en un Estado plurinacional -al revés de lo que ocurre bajo los imperios, que se los degrada-. Se generó empleo… y se distribuyó la riqueza.
Exactamente, lo que hoy reclaman los chilenos. Es decir, la distribución y el crecimiento en Bolivia se hacían disminuyendo las ganancias del Imperio y de la elite de familias cipayas que controlaban por completo la minería antes de que fuera nacionalizada. Buscando este camino de distribución marchan hoy los chilenos, contra las corporaciones del Imperio y contra las cuatro familias que concentran la riqueza del país. Por eso hay represión en Chile y por eso hubo un golpe de Estado en Bolivia. Y porque además está el litio. Bolivia tiene la mayor reserva mundial de litio, el recurso energético del futuro para la construcción de baterías en la industria informática y en la nueva automotriz eléctrica. Un elemento que el Estado plurinacional podría industrializar por cuenta propia y/o comerciar con China. ¡Cómo se iban a perder este negocio las corporaciones neoliberales!
Y además, para acabar de explicar el golpe en Bolivia se deben analizar las nuevas posiciones geopolíticas en el continente. El eje EE UU-Brasil; el nuevo eje México-Argentina, tendido por López Obrador y Alberto Fernández el 4 de noviembre; y el ahora revolucionado eje EE UU-Chile.

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