La presencia afro en los Carnavales porteños

por Marina Sepúlveda

Así como el tango fue influenciado por lo afro, el tiempo de carnaval trae irreverente de la mano de la fiesta popular un cruce posible con la murga en esa «idea del arte como resistencia» indica la artista Ani Chibán desde su práctica, mientras instala a flor de piel esa ambigüedad de lo invisible visible de los cuerpos negros, sus danzas y ritmos en una sociedad que oculta sus orígenes, según la investigadora Viviana Parody.

Invisibilizados durante mucho tiempo y visibilizados por momentos, el aporte de la tradición afro y de los afrodescendientes se evidencia en las murgas porteñas, así como en esas otras expresiones del carnaval que adquiere en la Mesopotamia. Y esas resonancias de candombes y llamadas, que se escuchan por San Telmo, son memorias culturales que circulan entre Buenos Aires y Montevideo, fluyendo hacia Santa Fe también, entre otros destinos, y adquieren distintas notas de influencias afrobrasileñas, enraizados en ese pasado esclavista y colonial y la diáspora africana, sin hablar de la actual migración.

Ani Chibán, consultada desde su práctica del baile afro y su canto en una murga uruguaya, pone en duda la posibilidad de una persistencia de lo afro en el carnaval, considerando, en diálogo con Télam, que «por ahí se mezclan, se tocan, y seguramente haya algo de influencia, pero los carnavales en el Río de la Plata son bien mezcla, de España, Italia, y afro -pero no solo-«.

Es que no hay una tradición cultural que perviva en este caso, identifica Chibán, «porque la murga rioplatense, -aclara- tanto la uruguaya con la argentina, son bien de esta zona, son producto de la historia del Río de la Plata con toda su historia de inmigración».

«Por ejemplo, el candombe, sí es claramente afro -uruguayo-, sin embargo no es una manifestación que exista pura y exclusivamente para carnaval, sino que lo excede», sostiene.

«Es esta idea de ´lo popular´ de que todos y todas podemos ser partícipes de una manifestación artística. La calle, el espacio público, nos da esos permisos que en tiempos de carnaval se ponen de manifiesto. El carnaval es el tiempo en donde todos nos damos ´permisos´ para hacer lo que durante el resto del año no tenemos habilitado. Bailar, cantar, saltar, disfrazarnos, burlarnos del sistema, gritar contra lo que nos oprime, resistir, reír, juntarnos», argumenta Chibán rescatando ese vínculo entre lo afro y las murgas.

«En la cultura afro, la música, la danza o el trío tambor, danza, voz, son para todos y todas, no son solo para unos pocos. Son parte de la vida cotidiana, son ritual, son día a día. Participan los chicos, los viejos, las mujeres, los varones, los gordos, los flacos, etcétera», explica.

Pero el momento de la fiesta popular originada como tal en el medioevo europeo -entre paganismos y cuestiones cristianas- como un espacio donde se trastocan los roles sociales y surge el permiso de reírse y burlarse de y con los otros y participar, es también ese lugar de resistencia tan caro a las clases populares.

«Algo de esto tiene también el tiempo de carnaval, es aquel tiempo en donde nos damos permiso para eso», porque «en nuestras culturas, en occidente, está fragmentado y durante el resto del año pareciera que bailar, cantar o tocar fuera patrimonio exclusivo de unos pocos».

A su vez, «también aparece el arte como manifestación de resistencia» porque es un «decir con los cuerpos danzando, gritar, resistir, cantando o tocando», añade Chibán.

En el carnaval porteño no hay murgas afroporteñas «sino que tienen influencias y múltiples aportes entre los que está lo afro», señala por su parte la investigadora Viviana Parody, algo puesto a consideración en algunos artículos de la antropóloga Alicia Martín, la primera en evidenciar la presencia de lo afro en una murga de Saavedra, en el movimiento de los cuerpos y algunos ritmos del bombo con platillo, entre otros.

«En el Río de la Plata, el carnaval históricamente resultó un espacio de visibilización y de disputa para las y los afrodescendientes», apunta por su parte Parody.

«Las últimas investigaciones ubican el avance de las y los afroporteños sobre el carnaval en el gobierno de Juan Manuel de Rosas» (siglo XIX), quedando unidos a su figura histórica: «pictórica y despectivamente asociado», indica.

«Con el tiempo, algunas agrupaciones tendieron a regirse por pautas de práctica musical de bandas más bien modernas y europeas, mientras otras agrupaciones más ´candomberas´ habrían mantenido los elementos culturales africanos», desliza.

«La práctica de black face data de dichos tiempos en que las comparsas de personas negras y no negras, ambas tiznadas, imitaban las performances ´negras´, y no siempre lo hacían en sentido despectivo». Y agrega: «A inicios del siglo XX éstas últimas agrupaciones prevalecerán, mientras las primeras mermaban raudamente, coincidiendo con un proceso de integración de las y los afroporteños a la -blanca o mestizada- sociedad nacional», comenta Parody.

Por otro lado, en la moderna sociedad argentina, el cine nacional, «sobre todo durante el primer peronismo, se encargó de resaltar estas memorias aunque con un sentido más racializado que étnico, mientras agrupaciones como el Shimmy Club (que funcionó) hasta inicios de la dictadura en la década de 1970 organizaron y celebraron los carnavales en el sótano de la Casa Suiza, en pleno centro porteño», señala.

Mirando a la distancia, «en Uruguay lo afro se inserta en el carnaval, el candombe se desarrolla como afrouruguayo y termina de configurar características particulares durante el siglo XX, y el proceso argentino es contrario. Los argentinos se recluyen en sus casas porque en el afuera queda mal», dice y agrega: «hay comparsas que imitan a las de negros y todos se ríen, entonces se repliegan, mientras que otros menosprecian lo afrogentino o el candombe porteño y se incorporan en orquestas típicas u otras expresiones del carnaval, incluso en lo que se va configurando como murga porteña».

En continuidad con la línea histórica se encuentra esa relación con las agrupaciones afrouruguayas o la influencia afrolatinoamericana en relación al carnaval porteño, apunta Parody. Con la circulación de los afrodescendientes entre Buenos Aires y Montevideo vinculado al contexto político siendo «más usual que la residencia fija», hay una «dinámica que recién a mediados de siglo XX dio lugar a mayores sentimientos de pertenencia nacional», explica.

La gran diferencia es que en Uruguay se revalorizan las prácticas afro, pero en Argentina no encuentra el mismo camino.

A modo de ejemplo, en las reuniones de décadas por la vuelta del carnaval, concretado en 2010 como política pública, y habiendo participado no solo las murgas en este reclamo en Buenos Aires, y por una cuestión económica, solo prevaleció el sector murguero expulsando a otras expresiones populares locales, desconociéndose lo afro argentino como tal. si bien existe «una reivindicación por parte de algunos músicos y murgueros al origen o aporte afroporteño a la murga», explica.

Esta tensión que se plantea implica que si hubiera que hablar de una «expresión afroargentina de carnaval» esta debería ser inventada, retradicionalizada.

El intercambio entre las dos orillas es precisamente «lo que hoy puede identificarse en el espacio público -en las calles- en las diferentes ´llamadas´ o desfiles de ´comparsas´ o ´sociedades de negros y lubolos´: aún en el siglo XXI las expresiones afrodescendientes, más que sus participantes, presentan inscripción étnico-racial y nacional», explica la antropóloga.

«Muestra de ello -ejemplifica- han sido los Carnavales afrodescendientes que el Bicentenario habilitó como evento que, más que estar integrado al carnaval porteño, garantizó la visibilización y presencia étnica específica de un colectivo negado como el afroargentino, aunque con la amplitud de definiciones estéticas de ´estilo afrouruguayo´ -en el candombe- o afrobrasileño, (un) proceso que las y los afroporteños acompañaron ´saliendo´ desde sus casas de familia hacia los escenarios en actuaciones semipúblicas».

A partir del diálogo entre Buenos Aires y Montevideo «por diferencia de recepción del contexto nacional que rechaza e invisibiliza al elemento negro. hoy día muchos jóvenes argentinos, sobre todo los nacidos en democracia lo reivindican».

Ante la pregunta sobre la existencia o no de una tradición o expresión afroargentina, Chibán indica que «no es que no haya un ´afro argentino´, de hecho existe un candombe argentino -de origen afro- distinto al uruguayo, que muy poco se conoce», explica y argumenta: «La presencia de lo afro mixturada con lo otro está en toda nuestra cultura popular -muy claro en el folclore, por ejemplo- lo que pasa es que fue invisibilizada», precisa y arriesga: «Para mí el cruce más ´visible´ de la murga y lo afro es esta idea del arte como resistencia».

Parody señala que «no hay una expresión sobre la que se pueda decir esto es afroargentino», y más allá de los elementos que puedan identificarse como afro, lo importante es «la tensión entre lo étnico racial y lo nacional que continúa en esa indefinición permanente», presentada en esa ambigüedad de «visible-invisible, presente-ausente, el ser parte pero no ser nombrado».

Foto / Fuente: Télam

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