Triste, solitario y final

por Federico Cogguzza

“La primera vez que posé mis ojos en Terry Lennox, éste estaba borracho, en un Rolls Royce Silver Wraith frente a la terraza de The Dancers (…) Me dirigí a casa reflexionando sobre lo ocurrido. Creo ser un tipo duro, pero había algo en ese muchacho que me impresionó. No sabía qué era, a menos que se tratara del cabello blanco, las cicatrices en la cara, su voz clara y su cortesía. Tal vez todo aquello fuera suficiente. No había motivo para pensar que podría volver a verlo. Era simplemente un caso perdido…”, el periodista Norberto Soares recita el primer capítulo de El largo adiós de Raymond Chandler mientras camina por la calle Florida con Osvaldo Soriano. Es de madrugada y ambos están borrachos. Soares no sabe que a su compañero de redacción en el diario La Opinión le está por cambiar la vida para siempre. Corre el año 1971.

Osvaldo Soriano está en su departamento de la calle Mario Bravo. Hace tiempo que tiene en mente escribir sobre sus ídolos de la infancia, Stan Laurel y Oliver Hardy: el Gordo y el Flaco. Es de madrugada y todo es confusión. “Tuve un año pensando que eso sería una obra de teatro, un ensayo, una biografía, y muy deprimido sabiendo que de eso no iba a hacer nada”, le dirá a la socióloga Silvia Chejter en una entrevista inédita de 1988. Un ruido de cacerolas lo lleva a la cocina. Un gato negro, que había entrado por la ventana, lo mira fijo. “Yo soy alguien que tiene una relación muy mágica y extraña con los gatos. Cuando yo escribo se llena de gatos el lugar en donde estoy”, confiesa en la misma charla. Ante un intento torpe de acercamiento, el gato salta y antes de irse lo vuelve a mirar fijo. “Volví a la habitación y ahí me di cuenta. Es obvio, me dije, ésta es la gata de Chandler, Taki, y viene a decirme algo también obvio: si alguien puede investigar la vida de Laurel y Hardy es Philip Marlowe (personaje destacado en la obra de Chandler), que es de profesión investigador. Me senté y empecé a escribir Triste, solitario y final”, concluirá. Corre el año 1972.

Triste, solitario y final llegó a las librerías en junio de 1973. La publicación estuvo a cargo de Ediciones Corregidor. El escritor Marcelo Pichón Riviére, compañero de Soriano en la revista Panorama, le acercó la propuesta al editor Manuel Pampín. Una escena de la película Liberty, de 1929, fue elegida como portada: Stan y Oliver están abrazados y sentados en la cornisa de un edificio de Los Ángeles con las piernas colgando. Los ocho mil ejemplares de la primera edición volaron, y en pocas semanas se transformó en uno de los libros más vendidos. “Las críticas que recibió fueron, en general, muy favorables”, escribe Ángel Berlanga en su libro Soriano, una historia, editado este año por Sudamericana.

Berlanga cuenta la vida de Osvaldo Soriano con detenimiento: la infancia, las mudanzas y los pueblos del interior, el fútbol y su amor por San Lorenzo, el viaje intempestivo y arrojado que lo trae a una redacción en la ciudad, su relación con el periodismo y sus libros. Al momento de poner en contexto la génesis y producción de Triste, solitario y final, la figura del periodista Jorge Di Paola se vuelve indispensable. “Di Paola fue acaso el mayor puntal de Soriano en el libro. Por entonces vivían a tres cuadras de distancia. Noctámbulos ambos, muchas noches se reunían en un departamento y se leían lo que venían escribiendo”, reconstruye Berlanga, al tiempo que cita al propio Soriano: “Quizá nunca lo hubiera terminado si Di Paola, que lo iba leyendo a medida que yo lo escribía y sabe más que yo sobre este libro, no me hubiera alentado y convencido de que valía la pena”.

Triste, solitario y final es una carta de presentación. Sienta las bases de la obra que Osvaldo Soriano construiría: escenas imposibles, grotescas, humor, drama, melancolía, caricaturas y personajes que no necesitan ser explicados. Los protagonistas de las novelas de Soriano se meten en problemas, pero en la mayoría de los casos lo hacen por las vicisitudes a las que están expuestos: el paso del tiempo, el olvido, las distintas coyunturas del país y sus climas de épocas. Hablan sencillo. Se hacen entender sin perder lucidez o picardía. Cada diálogo es una caja de resonancia y una puerta que se abre. Estiran los bordes, pero ninguno trastabilla. Destinados a la desdicha y con acaso algún acontecimiento de gloria efímera, bien podrían ser familiares de cualquiera de nosotros.

Las partes que constituyen Triste, solitario y final permiten, por un lado, conocer las historias de vidas de Laurel y Hardy, su encuentro, los inicios, el éxito y un largo derrotero a la miseria; mientras que, por el otro, disfrutar de una apropiación genuina y original del detective Marlowe de Chandler, acompañado ni más ni menos que por el propio Soriano, luego de encontrarse ante la tumba de Stan y en su afán de saber por qué Hollywood los había destratado de la forma en que lo hizo. En una carta, Julio Cortázar le escribió: “Si algún olfato tengo, ese olfato me dice que Osvaldo Soriano, viejo enamorado de una literatura norteamericana que también demolía a su manera al sistema pero que no se escribía para eso, e igualmente enamorado de un cine en el que habitan nuestras más melancólicas nostalgias de juventud, se sentó a la máquina y produjo una larga, admirable ceremonia de evocación de muertos queridos, y que mientras escribía su libro en algún cuarto con poca luz y mucho humo, Stan, Marlowe y Oliver se paseaban en silencio, mirándolo mirarlos…”.

Osvaldo Soriano se transformó en uno de los escritores más populares del país. Durante el exilio, en Francia y después de muchos años sin publicar, escribió No habrá más penas ni olvido y Cuarteles de Invierno. Luego, le siguieron A sus plantas rendido un león, Una sombra ya pronto serás, El ojo de la patria y La Hora sin sombra. En las décadas del 80´y 90´ sus novelas fueron los más vendidas. En 1997, con apenas 54 años recién cumplidos, Soriano dejó este plano de las cosas. Veintiséis años han pasado desde su temprana muerte y cincuenta se están cumpliendo de la publicación de la que fue su ópera prima y el inicio de una aventura que sus lectores y lectoras han sabido disfrutar.

Soriano en la Biblioteca Nacional
Con motivo del 50 aniversario de la publicación de Triste, solitario y final, y con la premisa de volver a la obra de Osvaldo Soriano, la Biblioteca Nacional presenta durante los meses de agosto y septiembre una muestra que recupera aspectos vinculados a la primera novela del “Gordo”. Con entrada libre y gratuita, de lunes a viernes de 9 a 21 hs. y sábados y domingos de 12 a 19 hs, en el Hall del 3º piso se podrán encontrar artículos de diarios y revistas de las que Soriano fue parte como, por ejemplo, La Opinión y Satiricón, sobre el Gordo y el Flaco, sobre Raymond Chandler, la historieta de Sanyú publicada en SuperHum®, la primera edición de la novela en Corregidor y la edición francesa con prólogo de Julio Cortázar, entre otros.
Por último, quiero señalar que otra de las actividades desarrolladas por la Biblioteca Nacional, y en el marco de la muestra 50 años de Triste, solitario y final, fue el panel del que participaron Juan Sasturain, María Inés Krimer, Ezequiel De Rosso y Nicolás Ferraro, para pensar en la influencia del policial negro en la literatura de Soriano, y la reproducción de la película basada en su novela “No habrá más penas ni olvido”.

Mucho tiempo ha pasado y mucho también se ha escrito. Volver a Osvaldo Soriano funciona como antídoto ante la decadencia. Quizás por eso no pierda nunca vigencia.

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