Discapacitado

Por Mario Marazzi

El semicalvo, grandote, ambo marrón de Vega y maletín mentiroso subió al 24 en avenida San Martín y Jonte, pagó el boleto con monedas y encaró derecho para el primer asiento doble, el reservado a los discapacitados.

Contra la ventanilla miraba, como embelesada de lo que veía, una cincuentona fea y con un bolsito de plástico en el regazo; al lado un tipo con el Clarín abierto, cuarenta y pico de años, toda la pinta de laburar en un ministerio.

Disculpe caballero –apuntó el grandote inclinándose apenas sobre la oreja del de Clarín- pero necesito su asiento. Soy un discapacitado, terminó casi con una sonrisa.

El otro se agarró del barrote y se le mezclaron el diario, el portafolio, la sorpresa y la disculpa que tardaba en salir; casi ya erguido lo miró desde esa media altura que lo hacía semejar a un boxeador buscando la línea baja del rival y en rápida semblanteada no alcanzó a distinguir muleta, brazo ortopédico, ojo de vidrio, bastón blanco u otra calamidad.

Volvió a sentarse, despacito y por si acaso no levantó demasiado la voz cuando le dijo:

–         Cómo nó … pero, pierna ortopédica?

–         La boca se le haga a un lado.

–         Y ,  ¿qué  le pasa, viejo? –se agrandó el del diario-

–         Sufro de pesadillas, terrible esto último levantando las cejas-

–         ¿Pesadillas? Quisiera verlas …

–         Tanto como verlas no me pida. Pero si quiere se las cuento. En la de anoche hasta laburaba Boris Karloff, impresionante, le juro …

–         No me diga, usted sabe que yo tuve una vez …

–        Ehh, no me saque la primicia que esta incapacidad la descubrí yo. Usted labure por otro wing; no sé … que viene de diálisis, que se va a internar al loquero, que tiene la bolsa de ano contranatura y se le puede romper a la primera frenada; la que le guste viejito, pero esta de las pesadillas es mía.

Ché, y levántese de una vez que estamos llegando al Cid Campeador.-