La Otra Historia de Buenos Aires

Segundo Libro
PARTE XIV

por Gabriel Luna

Pese a los compulsivos rapados de cabellos, cejas, bigotes y barbas, pese a la cuarentena, a la provisión de alimentos hecha por el gobernador, pese a los afanes del médico y al humo de los altares, la peste duró once meses en Bue­nos Ayres.

El 10 de septiembre de 1652 se mandó a pregón lo siguiente: “Por la necesidad tan grande que hay de pan en esta Ciu­dad para el sustento de los pobres, que muchos dellos mueren de hambre mas que por enfermedad, según dicen los predicadores en los púlpitos, este Cabil­do resuelve que todas las personas que tuviesen harina, trigo o maíz, lo vendan. Y se notifique a los dueños que traigan el grano o la harina a la casa de la ciudad donde el señor gobernador Jacinto Lariz ha de pagarles doce reales por la fanega de trigo o si fuera molido, dos pesos. Y se apercibe a los dueños que si escondie­ren el trigo, se les dé por perdido y estén sujetos a ser echados de la tierra por ser personas regatonas y logreras que tratan de vender la necesidad”.1

La peste duró hasta enero de 1653. Una de sus últimas víctimas fue el regidor perpetuo Juan Barragán quien, recla­mado para integrar el cabildo del 1º de enero, mandó a decir que estaba en el final de los días de su vida, oleado y sa­cramentado. La peste tomó 1716 vidas, casi la mitad de la población de la Al­dea. Dos terceras partes de las muertes fueron de esclavos e indígenas. Y dos terceras partes fueron mujeres, tal vez por no someterse al vergonzante rapado -la enfermedad se transmitía por piojos-.

El 18 de febrero de 1653 arriba al puerto de Buenos Ayres el nuevo gobernador del Río de la Plata, el maestre de cam­po y caballero de la orden de Santiago, Pedro Baygorri Ruiz. Y trae consigo tropa de 43 soldados. No es lo usual, pero la Corona se había enterado de que Portugal estaba armando una flota para apoderarse de Buenos Ayres, y de que esa flota llegaría sin oposición, simu­lando traer “una marchanta de negros”- esclavos para vender a la elite porteña-. Además España había terminado la Guerra de Flandes y acababa de sofocar el levantamiento de Cataluña, tras un largo sitio a Barcelona, de modo que te­nía soldadesca ociosa para proteger sus colonias del avance portugués.2

Baygorri Ruiz y su tropa van en forma­ción con tamboril, llevando estandartes y lanzas por la calle de San Francisco -actual calle Defensa-, hacia la Plaza Mayor. No hay cintas ni solemnidades, arde una fogata en la plaza. Los recibe el gobernador Lariz, que parece ebrio, y una insólita comitiva de rapados. El sol se pone detrás de la iglesia y surge un crepúsculo violáceo. Niños desnudos cantan haciendo una ronda a la fogata. Baygorri y la tropa se alojan en el Fuer­te. Luego de los aprestos y las vituallas, Lariz y Baygorri -que se conocen de Flandes- hablan entre vinos hasta la ma­drugada pero no se ponen de acuerdo.

El miércoles 19 de febrero de 1653, Pe­dro Baygorri Ruiz presenta en el Cabil­do su título de gobernador y capitán de las provincias del Río de la Plata. En el documento, a modo de contrato, consta la duración del nombramiento por cinco años y el sueldo anual estipulado -dedu­ciendo el impuesto de la media añata- en 2757 pesos y 2 reales, a pagar por tercios de año. Una cifra importante si se con­sidera que una casa de ladrillo y tejas, con salón, tres habitaciones y dos patios, costaba entonces 1000 pesos.

De la lectura total del título surge un dato llamativo: el rey indica tomar el tri­buto pero prohíbe al Gobernador sacar plata de las cajas de las comunidades de los indios, bajo amenaza de quitarle el oficio.

Esta medida y otras, de protección a los indígenas, tienen una explicación que va más allá de lo humanitario. Antes de la llegada de los conquistadores había en América una población de 70 millones de indígenas, un siglo y medio después -en la época que nos ocupa- la población era de 3,5 millones.3 Es improbable que Felipe IV en 1652 conociera exactamen­te estas cifras, pero sí sabía de una ex­traordinaria merma por las guerras, por las pestes llevadas en los barcos y por el trabajo forzado insalubre. En 1631, Fe­lipe IV había ordenado que continuara sin cambios el sistema de explotación en las minas de mercurio de Huancave­lica, sabiendo que los obreros indígenas morían envenenados antes de los cuatro años de trabajo. También ocurrían mi­llares de muertes en las minas de Potosí, donde se usaba el mercurio para refinar la plata.4 Todo esto lo sabía el rey, pero la plata americana sostenía el Imperio -endeudado por las guerras y la noble­za parásita-, la extraían los indígenas y los esclavos, la cargaban de las carretas a los barcos y se distribuía desde Sevi­lla a los banqueros. De modo que había que preservar a los indígenas, a “la gente de servicio”, como se les decía, porque cultivaban los campos, cuidaban el ga­nado, construían las casas, limpiaban las calles, atendían las pulperías, extraían el metal, y también brindaban el servicio doméstico. Eran la fuerza de trabajo del Imperio.

Además, aunque el rey no lo sabía al de­signar a Baygorri, las medidas de protec­ción resultaban particularmente necesa­rias en el Buenos Aires de 1653 cuando la peste se había llevado a más de una tercera parte de “la gente de servicio”, los esclavos y los indígenas.5

El gobernador Baygorri envía un pique­te a Potosí para traer monedas de plata y sanear la economía, porque a la crisis producida por la merma de esclavos e in­dígenas se sumaba la circulación de mo­nedas de baja fineza, llamadas “macla­na”.6 La elite porteña agradecida ofrece apoyo a Baygorri, que lo ve como sal­vador y persona apacible al compararlo con el iracundo Lariz. El nuevo Gober­nador escucha las denuncias de los veci­nos contra Lariz. Admite que González Pacheco vuelva a su oficio de alguacil mayor. Las denuncias se multiplican, incitadas por el Obispo, por el Alguacil y por los propios intereses de la elite por­teña. El 27 de marzo, Baygorri inicia el juicio de residencia contra Lariz y le da cárcel en el Cabildo. Será un juicio largo y muy controvertido. Hay más de treinta denuncias particulares; como la de Gon­zález Pacheco que demanda a Lariz por haberle quitado el oficio y haberle des­trozado una mesa de truques que, según él, le daba sustento; como la de María de Vega -la hija del banquero, criminal y contrabandista de esclavos Diego de Vega- que demanda a Lariz por haberle cobrado impuesto sobre la compra de 3000 cabezas de ganado y además por haberla querido desterrar, estando ella enferma con peligro de vida; o como la demanda de los hijos del barbero Simón Soto, a quien Lariz había ordenado que se rapara cabellos, cejas, bigotes y barba, y dicen los hijos que el barbero murió por eso. Hay más de treinta demandas y se agregan las causas eclesiásticas impulsadas por el obispo del Río de la Plata, y varios fraudes fiscales, malver­saciones, el contrabando de esclavos y la circulación de moneda vil, que también se le atribuyen.

Mientras tanto, convertido el edificio del Cabildo en tribunal y cárcel, los capitu­lares deben sesionar en la casa del Fuer­te del gobernador Baygorri. Se decide en una docena de reuniones: dar fuertes penas a quienes hagan matanza de ga­nado en estancias ajenas; la transferen­cia del oficio de alguacil de González Pacheco a su hijo; la herencia del título de escribano mayor de la gobernación de Alonso Agreda Vergara a favor de su hijo Esteban -sobrino del criminal y contrabandista Juan Vergara quien fue­ra desterrado por Lariz-; la compra de una canoa: “para que los vecinos pobres puedan atravesar el Riachuelo hacia o desde las estancias, montes y chácaras del pago de Magdalena. Y se ponga la canoa asida de dos cuerdas de una ban­da a otra del río, para que los vecinos puedan usarla sin riesgo de sus vidas”.7

En agosto, el portero del Cabildo Pedro Ochoa pide ayuda a los capitulares por no tener cómo sustentarse, “por haber perdido el oficio de portero, desque don Lariz tiene el Cabildo por cárcel”. Se le asignan 50 pesos.

El 12 de diciembre de 1653 termina el juicio de residencia de Jacinto Lariz. Dejando varios cargos pendientes para resolución del Consejo de Indias, Ba­ygorri lo condena a cárcel y destierro por 13 años y le embarga todos sus bienes, para afrontar los fraudes a la Corona y las demandas particulares. Entre éstas: se otorgan 70 pesos a los hijos del bar­bero Soto, por los servicios prestados, más 1000 pesos por la muerte a causa del rapado (que había sido una medida higiénica contra la peste); y se otorgan 3000 pesos a González Pacheco por la destrucción de la mesa de truques, de la cual decía que se sustentaba (González Pacheco, que fue alguacil y proxeneta, tenía garito, y una enorme fortuna encu­bierta, habida del contrabando).

Jacinto Lariz no fue más corrupto ni violento que la mayoría de los goberna­dores -incluso tuvo excepcionales carac­terísticas justicieras y humanitarias-. Sin embargo, fue por mucho el gobernador más castigado en su juicio de residencia de toda nuestra historia.

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1. Destaca la gran actualidad del bando, a cuatro siglos de su emisión, que pone de manifiesto la especulación y mezquindad de ciertos sectores agrarios ante las ne­cesidades sociales. Y asombra la humanidad y determi­nación para solucionar el problema en aquella época, pese a tratarse de un sistema monárquico, colonialista y despótico, anterior a la Declaración de los Derechos del Hombre.

2. Barcelona se rindió en 1652 a don Juan de Austria -hijo natural de Felipe IV- quien fue nombrado virrey. Desde entonces los catalanes reclaman la independencia de Es­paña.

3. Datos coincidentes en los estudios de los antropólogos Darcy Ribeiro, Henry Dobyns y Paul Thompson.

4. Según Eduardo Galeano, el promedio de vida de tra­bajo minero en Potosí era de siete años. Las razias que se hacían para conseguir mano de obra eran cada vez más amplias.

5. Se estimaba en 1651 a la población de esclavos e indí­genas porteños en número de 3000. Según el informe en­viado por el gobernador Baygorri al rey en 1653, habían muerto por la peste 1144.

6. La moneda de baja ley fue un fraude orquestado por la elite potosina, que afectó las finanzas europeas y terminó con varios condenados a muerte.

7. El Paso de la Canoa estaba donde está el actual Puente Pueyrredón, que une la calle Vieytes, de Buenos Aires, con la avenida Mitre, de Avellaneda.

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La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)

Parte I
Parte I (continuación)
Parte II
Parte II (continuación)
Parte III
Parte III (continuación)
Parte IV
Parte IV (continuación)
Parte V
Parte V (continuación)
Parte V (continuación)
Parte VI
Parte VI (continuación)
Parte VII
Parte VII (continuación)
Parte VIII
Parte VIII (continuación)
Parte IX
Parte IX (continuación)
Parte X
Parte XI
Parte XII
Parte XIII

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