La Otra Historia de Buenos Aires.

Parte XXIV

por Gabriel Luna

Año 1615. Buenos Aires. Hernandarias persigue a los «confederados», por crímenes, fraudes y numerosos cohechos. Diego de Vega huye a Chile, Ayala a Córdoba. Vergara es capturado pero logra escapar de la cárcel sobornando a sus guardias. Y Simón Valdez, remitido con grillos a España por malversar fondos de la Real Hacienda -los usaba para financiar el contrabando de esclavos-, también consigue escapar y llega a Sevilla como un hombre libre. Año 1616. El proceso judicial dirigido por el gobernador Hernandarias, con Cristóbal Remón de secretario y Ocampo Saavedra de fiscal, tiene 2000 fojas. Allí se precisan los mecanismos del contrabando, el asesinato del gobernador Negrón, el fraude electoral, la malversación de fondos reales, la corrupción de funcionarios, el enriquecimiento ilícito, las cifras del tráfico. Todo está basado en múltiples pruebas y confesiones documentadas por el tribunal. Pero los abogados de los «confederados», liderados por Sánchez Ojeda, también trabajan: enmarañan el expediente con chicanas y consiguen -por favores, amenazas o dinero- que varios testigos vuelvan a declarar en Córdoba retractándose de sus primeros dichos. En 1617 el proceso ya tiene 16.000 fojas y ha hecho falta traer papel de otras provincias para sustanciarlo. Mientras tanto, continúa la lucha política. Vergara procura alianzas en Charcas y Valdez las procura en Sevilla. Tuvo éxito Valdez con la nobleza española. La clave del poder radicaba en que por encima del derecho estaba la solidaridad de intereses y en que, a la hora de entenderse, era más fácil la conexión entre las elites centrales y las locales que cualquier otra forma de articulación. Así fue que gracias a intereses y conexiones, y pese al inmenso proceso, Simón Valdez recuperó su cargo de tesorero de la Real Hacienda en el Río de la Plata a cambio de compartir el negocio del tráfico. Y no sólo eso, el Consejo de Indias decidió neutralizar a Hernandarias dividiendo la Gobernación en dos provincias: Paraguay, con capital en Asunción, donde Hernandarias terminaría su mandato; y el Río de la Plata con capital en Buenos Aires, que sería gobernada por el noble Diego de Góngora, un protegido del duque de Uceda. Uceda, el valido del rey, era el hombre más poderoso de España. La alianza sellada en Sevilla entre el Cuadrilátero (la elite local) y la nobleza (la elite central) se hizo evidente el 16 de noviembre de 1618, cuando llegaron al puerto del Buen Ayre el flamante gobernador Góngora y el repuesto tesorero Valdez con una flota cargada de mercancías y esclavos ilegales financiada por el Cuadrilátero.

Año 1619. La desgracia cae sobre Hernandarias y los «benemeritos». Góngora los persigue y encarcela para evitar que interfieran en el «mercado libre de esclavos». Arrestado bajo cargos falsos, Hernandarias sufre seis meses de prisión y el embargo de sus bienes. Cuando es liberado, por mediación de la Audiencia de Charcas, no tiene ánimo de asumir la gobernación de Paraguay y se retira a Santa Fe. También sufren cárcel Saavedra Ocampo y Cristóbal Remón -el secretario del inmenso proceso- que además es torturado y desterrado a África. Muchos «beneméritos» abandonan la aldea, por la represión y porque no pueden pagar los precios que surgen del mercado libre «confederado». Y vuelven a Buenos Aires, Diego de Vega convertido en próspero banquero y Juan Vergara que ha comprado en subasta, y a perpetuidad, los seis cargos de regidores del Cabildo porteño. La aldea perdía su fisonomía rural y se convertía en factoría de esclavos, sitio de marinería ociosa, tahúres, proxenetas, troperos y mercaderes. El dinero se obtenía rápidamente por la venta de esclavos y, como era la actividad más rentable, nadie que tuviera capital y hubiera arribado para hacer fortuna se ocupaba de la industria. Las cosas se importaban de Europa y resultaban carísimas para los campesinos. Es decir: para todos los «beneméritos» ajenos al contrabando. Estos vivían en ranchos de tierra apisonada donde los vidrios de las ventanas y las puertas con herrajes se reemplazaban por cueros tendidos. Usaban ponchos como los indios, y los que vestían a la usanza europea lo hacían prácticamente con harapos. Los «beneméritos» estaban excluidos del gran reparto de ganancias. Y excluidos de la vida social de la aldea que transcurría en una docena de casas «confederadas» equipadas como palacetes, con patios de mosaicos andaluces, vidrios venecianos, tapices flamencos, y servidas por esclavos negros. El ingreso anual de un «confederado» equivalía al de cien «beneméritos».1 Era una diferencia exorbitante que hacía insoportable la convivencia. Resultado. Algunos «beneméritos» emigraban, otros trataban de integrarse al «comercio libre» casando a sus hijas con contrabandistas advenedizos para darles a éstos la condición de vecinos.2 Muchos vivían más allá de las orillas de la aldea, entre la pampa y las tolderías. Eran peones rurales de ocasión que no podían competir con la mano de obra esclava. Eran nómades insumisos, cuatreros o cazadores furtivos de ganado cimarrón. Fueron los condenados de la tierra, fundadores expulsados, antecesores del gaucho. Los gauchos formaron precisamente una clase social excluida de su propia tierra por y para beneficio de la migración europea. La lucha política que iba a marcar el destino del país parecía definirse a favor de los «confederados». La resistencia era mínima, sólo quedaba el sueño de los marginales con una nueva vuelta justiciera de Hernandarias. Todo parecía acabar. Sin embargo, en la metrópoli del Imperio ocurría algo muy importante que aplazaría el inminente triunfo de los contrabandistas. En Madrid caía el duque de Uceda, protector de Góngora; y ascendía como valido del rey el conde-duque de Olivares, que quería consolidar el Imperio centrándolo en la monarquía y restándole poder a los nobles. Es decir: quería eliminar las corrupciones y los dispendios de la nobleza para reducir la deuda con los bancos europeos y administrar recta y prudentemente.3

A consecuencia de esto, llega a Buenos Aires el licenciado Delgado Flores. Este visitador, enviado por el Consejo de Indias, tiene datos sobre la flota de contrabando que trajeron Góngora y Valdez. Sabe que se costeó con dinero «confederado», que se cargaron mercaderías holandesas en Lisboa, y que se embarcaron esclavos en Brasil. Tras pocas semanas en la aldea averigua que las mercaderías no eran para el uso personal del gobernador Góngora, que los esclavos negros desembarcados en el Río de la Plata fueron 300. Y que esclavos y mercaderías fueron remitidos a Potosí en una caravana de 26 carretas custodiada por tropas afectadas a la defensa de Buenos Aires. Delgado Flores hace cuentas y concluye que el negociado ha producido más de 200.000 pesos, una fortuna para la época equivalente a la renta anual de media docena de nobles españoles.4 Simón Valdez, que ha sido el artífice de la operación, huye a Chile. El licenciado Flores descubre que no sólo la aldea y la provincia están dominadas por una banda criminal enquistada en el Cabildo y la Gobernación, sino también que los miembros de la piadosa Compañía de Jesús participan del contrabando. Y amenaza a los jesuitas con «meterlos presos, derribarles las casas e sembrar sal en sus cimientos». Este «desliz» fue el comienzo de su perdición. Juan Vergara, que tiene estrechas relaciones con el clero -hasta el punto de lograr nombrar a su primo, Pedro Carranza, obispo del Río de la Plata- le monta al licenciado un juicio religioso, sumario y secreto, por herejías y ofensas a la orden de los jesuitas. Resultado. Delgado Flores es condenado a diez años de destierro en África y sale de escena. La maniobra de Vergara ha sido hábil, pero no ha podido detener los extensos informes que el licenciado enviara al rey y a la Audiencia de Charcas. El 23 de abril de 1621 arriba al puerto del Buen Ayre el comisionado Manuel de Frías. Trae una resolución del rey -inspirada probablemente en los informes de Delgado Flores- que dispone la instalación de una aduana seca en Córdoba. Esto impediría o gravaría el contrabando de esclavos a Potosí. Los «confederados» ven peligrar el negocio y usan una estrategia patética para asegurarlo. La estrategia resultaría cómica sino hubiera sido fatalmente repetida hasta nuestros días; puede titularse así: Los ricos fingen defender a los pobres para hacer fortuna. ¿Cómo es esto? ¿Cómo se implementa? Los «confederados» denuncian a la Corona la extrema pobreza de la aldea (que es la pobreza de sus enemigos «beneméritos»), se afligen y proponen una solución: levantar las vallas aduaneras y ejercitar el libre comercio para lograr el bien común y la prosperidad de la región. Nótese que es el mismo argumento usado 380 años después por el presidente de EE UU, George W. Bush para imponer el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) en Latinoamérica. Pero seguiré con eso más adelante. Ahora volvamos al siglo XVII, los «confederados» envían a España como defensor de los pobres a Diego de Vega, un banquero riquísimo, contrabandista acérrimo, criminal sin escrúpulos, y principal beneficiado con el «libre comercio de esclavos». Y como la pobreza debe abarcar a todos, se simula que Vega viaja a expensas del Cabildo que empeña sus mazas de plata para sufragarlo. La farsa se completa con una carta encendida del obispo Carranza -pariente del contrabandista Vergara- donde se detalla el estado mísero de la Catedral, y otra del Cabildo que habla de las penurias de los «beneméritos» y el asunto de las mazas. En realidad, el banquero devenido en abogado de los pobres, viaja con séquito: familia, secretarios, manceba, sirvientes, y una fortuna contante y sonante. Dos baúles cargados de plata pura. Suficiente para comprar una flota de seis navíos, mercancías y, 500 esclavos. También suficiente para erradicar la pobreza de Buenos Aires, pero eso no figura en los planes de Vega. Tampoco Vega se figura lo que le espera en España. Cuando decidí escribir La Otra Historia de Buenos Aires, quería encontrar en los orígenes de esta ciudad algo que nos alcanzara, que llegara a nuestro tiempo. Atravesamos una época de sentidos sociales e individuales dispersos, escribí. Nos bombardean incesantemente con desinformación, publicidad y entretenimiento estéril. En el campo de batalla hay cuerpos desdibujados, idiotas, pobreza y basurales, soledad, hombres y mujeres consumidos por el consumo. Marasmo. Pasividad. Y andamos (los que todavía andamos) sin rumbo en una niebla de dudas, inseguridades, enojos y apatías. «Si no sabes adónde vas, vuelve para saber de dónde vienes», me dije. Por eso esta Historia, para buscar en los orígenes las razones, los caminos, un sentido. No existe la «pura» curiosidad ni el pensamiento «puro». Nadie se mete durante años a descifrar epístolas, documentos antiguos y libros oscuros, sin intenciones concretas. Lo que encontré en la remota Buenos Aires fueron varias lámparas. Datos que traídos al presente atraviesan nieblas. Por ejemplo: la estrategia de los ricos que fingen defender a los pobres para hacer fortuna sigue vigente.5 Pero se ve más claramente allá que acá. Promover el libre comercio de los ricos pretendiendo lograr el bien común y la prosperidad de la región puede interpretarse como el ALCA6 -que sirve a las grandes corporaciones estadounidenses para ampliar sus fronteras y sus ganancias en Latinoamérica-. Sin embargo, una lectura actual más profunda de la estrategia es vincularla directamente a la inversión externa y a las entidades de crédito internacional. La inversión externa se promociona como solución para erradicar la pobreza de los países del Tercer Mundo, pero consiste en instalar sucursales de las corporaciones del Primer Mundo. Y las corporaciones llegan como esperanzas de los pobres -bendecidas por los grandes medios de comunicación y los gobiernos satélites- para extraer recursos naturales, materias primas, levantar fábricas a bajo costo con exenciones impositivas y mano de obra barata, y comprar a precio vil el patrimonio público. Llegan como llegaron las compañías mineras españolas, flamencas y portuguesas al Potosí del siglo XVII, como llegaron los «confederados» a la primitiva Buenos Aires. La fatalidad se ve con más claridad allá que acá, porque los hechos están absolutamente probados y las consecuencias a la vista. Murieron siete millones de indígenas y esclavos en la explotación de Potosí. Extrajeron 46.000 toneladas de plata pura para los bancos europeos, hasta agotar el yacimiento. Hoy, la otrora opulenta villa Imperial de Potosí es una de las ciudades más pobres del planeta. El libre comercio «confederado», asociado a la explotación de Potosí, produjo una enorme riqueza para una docena de personas. Pero esa riqueza no fue distribuida ni invertida en la región; lejos de lograr el bien común acentuó la pobreza y produjo una fuerte exclusión social.7 No hubo «derrame» entonces y tampoco ahora. La inversión externa actual además de tomar los recursos naturales y explotar los recursos humanos se adueña del patrimonio público. Compra a precio vil empresas públicas y las vacía, revende, o cobra subsidios estatales para gestionarlas.8 El interés de los inversores externos y las corporaciones raramente coincide con el bienestar de los habitantes del Tercer Mundo. Diego de Vega, el primer inversor del Río de la Plata, llegó con un navío y mercaderías (así eran las corporaciones entonces), y se fue inmensamente rico dejando atrás un lugar sumido en la pobreza. A Vega nunca le importó otra cosa que su beneficio. No es negocio para las corporaciones erradicar la pobreza, todo lo contrario. ¿Sin pobreza, cómo harían para llevarse a precio vil los recursos naturales? ¿Cómo conseguirían mano de obra barata para sus fábricas? ¿Si no hubiera pobreza, cómo harían para comprar el patrimonio público? Otra lámpara que encontré en la remota Buenos Aires alumbra sobre los modos de construir la ciudad y el país. Me refiero a la organización social y económica. El conflicto entre «beneméritos» y «confederados» muestra dos modos de construcción u organización de país muy distintos y todavía activos. La construcción hacia adentro, y la construcción hacia fuera; y los antagonismos consecuentes: «El Interior o el Puerto»… «Unitarios o federales»… «Soberanía o dependencia»… «Vivir con lo nuestro o esperar la inversión externa»… No es casual encontrar este conflicto de forma tan central y determinante en el origen de nuestra historia.

(Continuará…)

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1 Ver Parte IX de esta Historia.

2 Ver Parte XI de esta Historia.

3 Ver Parte XII de esta Historia .

4 Considerando esta cifra, y a modo de ejemplificar la diferencia de ingresos entre campesinos y contrabandistas (beneméritos y confederados) mencionada anteriormente, cabe mencionar que una vaca valía entonces sólo dos pesos, lo mismo que una fanega de trigo.

5 La clase sacerdotal se nutre de ayuda económica estatal y privada en nombre de la caridad y los desamparados. Las empresas privadas piden subsidios al Estado para evitar la desocupación o mantener los servicios sociales.

6 Aunque el ALCA fuera rechazado formalmente por la Cumbre de Presidentes Americanos de 2005 en Mar del Plata, está presente en la práctica del mismo modo que estaba presente el libre comercio en el contrabando confederado del siglo XVII.

7 Ver Parte XX de esta Historia.

8 Es el caso en nuestro país de YPF, Aerolíneas Argentinas, Ferrocarriles Argentinos, ENTEL, que fueron privatizadas por el gobierno de Menem durante la década del 90.