La Otra Historia de Buenos Aires

Antecedentes
PARTE XVI
De gigantes hospitalarios en la Patagonia,
La Noche Triste en México,
y una lectura de Shakespeare.

por Gabriel Luna

Habida la hospitalidad, el sustento, el abrigo y la compañía invernal en una bahía desolada del fin del mundo, Magallanes quiere más. Los gigantes tehuelches enseñan a la tripulación a cazar guanacos, divierten con sus bailes y con el asombro ante los espejos, las cuentas y los metales. Son glotones, comen cestas de galletas -tragan a veces ratas vivas-, se prestan al rito del bautismo, aprenden el paternóster en latín, que recitan fuerte y con tonos graves. Los gigantes comparten sus fuegos, el alimento, sus casas, presentan a la tripulación sus mujeres e hijos. Pero nada es suficiente para Magallanes. Hay un afán de conquista, de dominio y extracción que viene desde el poder monárquico, desde la profundidad del Imperio, que también lo alcanza. El Almirante quiere dominar a los nativos, además de la extracción de mercancías y la gloria, quiere sus cuerpos.
La oportunidad se presenta a comienzos de agosto de 1520, cuando falta poco para que la flota parta definitivamente de Bahía San Julián. Cuatro gigantes piden abordar la nao Trinidad para intercambiar regalos, como era la costumbre. Tras recibir carnes frescas y pieles espléndidas, Magallanes les ofrece vino, les colma los brazos de baratijas, cuentas y sombreros rojos. Y cuando dos de los más jóvenes y mejor formados ya no pueden cargar más, les ofrece sendos grilletes, ¡los objetos de metal que tanto aprecian los tehuelches! Pero ya no pueden llevarlos en los brazos, de modo que Magallanes propone aplicárselos en los tobillos. La inocencia asiente, les colocan las argollas y los pernos -un herrero hace el trabajo con un martillo-, y los tehuelches quedan presos. El Almirante les dice que no teman, apunta el cronista Pigafetta desconcertado por la astucia y la crueldad.
El engaño no termina ahí. Magallanes atiborra con galletas, ratas desolladas y una vasija de agua a los dos gigantes libres, y les persuade de que vayan a buscar a las mujeres de los presos para hacerles a todos un regalo especial. Parte un destacamento de diez guardias custodiando a los gigantes en una chalupa y al llegar a tierra escuchan los gritos de los tehuelches presos en la Trinidad. Los gigantes descubren el engaño, tratan de huir pero se les echan encima los guardias. La lucha es feroz. Los tehuelches invocan al gran demonio Setebos para que los asista.1 Uno consigue huir, derribando a cuatro marineros; y el otro, con cuatro marinos prendidos de los brazos y las piernas, acaba desplomándose, encadenado y con un fuerte golpe en la cabeza. Siguen los gritos en la nao. El jefe de la misión, Joao Carvalho, el piloto que guió a Magallanes en Brasil, porque había trabajado en Río de Janeiro para una empresa portuguesa durante cuatro años,2 decide dejar la orilla. Quiere fraternizar con el gigante y buscar la cabaña de las mujeres tehuelches. Carvalho se había casado con una brasileña y era, de toda la expedición, quien más conocía a los nativos americanos. El destacamento encuentra la cabaña por la tarde, Carvalho decide vigilar, esperar la mañana para acercarse. Y es lo que hacen, pero al llegar con las primeras luces encuentran el fuego abandonado, un guanaco atado, la cabaña vacía. Se han ido de noche, subrepticiamente, han dejado un animal, resulta extraño. Pronto lo entienden. Las flechas caen sobre ellos desde distintos lugares. Tres gigantes, que parecen nueve, cada uno con varias aljabas, disparan una flecha tras otra, desplazándose velozmente entre rocas y arbustos. Una flecha acierta en el muslo de un marinero y muere de inmediato. La punta tiene veneno. El destacamento se refugia en la cabaña, prepara mosquetes y ballestas. Maldicen los marinos, salen disparando plomos y truenos. Los gigantes huyen en tres direcciones, no pueden alcanzarlos ni acertarles con mosquetes y ballestas, porque corren muy rápido en serpenteo y dando saltos, cuentan los marinos, como aquellos caníbales que habían perseguido hacía ocho meses en el Río de la Plata, dicen.3
El destacamento sepulta con honores los restos de Diego Barrasa, marinero de la Trinidad, y la misión termina. Magallanes no ha logrado capturar los gigantes y gigantas que quería para llevar varias parejas como ofrenda al rey Carlos I (llevará sólo dos tehuelches presos, que no sobrevivirán el viaje). Y también termina toda clase de relación entre la flota y la comunidad tehuelche.

La Noche Triste
Mientras tanto en Tlaxcala, cerca de Tenochtitlán (actual México D.F.) a 8.800 kilómetros de Bahía San Julián, Hernán Cortés reorganiza sus fuerzas.
A principios de junio de 1520, tras luchar contra españoles en Cempoala y derrotar a Pánfilo Narváez (que había sido mandado por el gobernador de Cuba para detenerlo), Cortés logró triplicar su ejército sumando los hombres de Narváez.4 A mediados de junio, Cortés se enteró de una revuelta en Tenochtitlán. Su lugarteniente, Pedro Alvarado, había aprovechado una celebración religiosa azteca para cometer una matanza en el Templo Mayor y apropiarse las joyas de los participantes. El 24 de junio llegó Cortés a Tenochtitlán con su nuevo ejército, con los aliados tlaxcaltecas, y cargando la peste de viruela que habían traído los hombres de Narváez al continente. La situación era muy tensa, los mexicas indignados por la matanza habían prácticamente sitiado al palacio Axayácatl donde se alojaba el Estado mayor español, que tenía prisioneros al emperador Moctezuma y a los príncipes aztecas. Cortés persuadió a Moctezuma para que calmase a los indignados, pero durante la gestión apaciguadora recibió un piedrazo que lo postró para siempre. Entonces Cortés liberó a Cuitláhuac -el hermano del emperador- para continuar con la gestión apaciguadora, pero Cuitláhuac se puso al frente de los indignados. El 29 de junio murió Moctezuma del piedrazo. Ya no había alternativas. En el palacio Axayácatl faltaban agua y alimentos, aumentaba el sitio. Y Cortés decidió emprender la retirada durante la noche del 30 de junio al 1º de julio. Llovía. Un ejército trataba de huir sin ser visto ni oído de Tenochtitlán, que era una ciudad como Venecia, montada sobre un lago y cruzada por canales. Se había dividido el ejército en tres para facilitar la huida. Una vanguardia, que llevaba puentes portátiles para cruzar los canales. Un cuerpo central y numeroso, comandado por Cortés, que llevaba el gran tesoro azteca robado del palacio Axayácatl. Y una retaguardia, comandada por Pedro Alvarado, que llevaba parte de la artillería y los caballos. Pero por más noche, lluvia, división y marcha sigilosa, los ladrones fueron descubiertos. Antes de cruzar el último de los canales -cerca de la actual iglesia de San Judas Tadeo, en Ciudad de México-, los mexicas cayeron sobre ellos. Hubo una alarma de tambor en el Templo de Huitzilopochtli y miles de guerreros armados con arcos, flechas y lanzas, llegaron desde calzadas, canoas y azoteas, para cerrar el paso a los españoles y a sus aliados, los tlaxcaltecas. Los mexicas atacaban por todos los flancos y el ejército de Cortés respondía pero también trataba de ponerse a salvo, y no había muchas posibilidades en las calzadas estrechas. Muchos fueron flechados, lanceados, y muchos se ahogaron en los canales, por el peso de las armaduras, el oro y las joyas que llevaban. Murieron más de setecientos españoles y más de mil tlaxcaltecas. También se perdieron 50 caballos y toda la artillería. Luego del escape sólo quedaba una tercera parte del ejército y casi nada del tesoro azteca. Dicen los historiadores españoles que Cortés lloró amargamente las pérdidas (del tesoro, las vidas, los caballos y los pertrechos, aunque no necesariamente en ese orden) esa madrugada lluviosa del 1º de julio cuando se reagruparon en Popotla. Y los historiadores (inspirados por la lluvia y las lágrimas) llamaron a esta batalla de Tenochtitlán, ganada rotundamente por los mexicas, el episodio de La Noche Triste. Al día siguiente, el 2 de julio, los españoles fueron al norte y masacraron al pequeño pueblo de Calacoaya (que no les había hecho nada) por venganza y buscando víveres. Y siguieron hacia el norte, bordeando el lago Texcoco, perseguidos por los mexicas, intentando llegar a Tlaxcala, la tierra de sus aliados. Mientras tanto, la viruela traída desde los barcos comenzaba a dar bajas entre mexicas y tlaxcaltecas, que tenían menos anticuerpos que los europeos. Cortés llegó en retirada hasta Citlaltépec en el extremo norte del lago y luego fue al este, hacia la tierra de los tlaxcaltecas. Pero los mexicas le dieron alcance el 7 de julio cerca de la sierra de Otumba. Había gran desigualdad. Aproximadamente: 20.000 mexicas contra 500 españoles y 800 tlaxcaltecas. El jefe mexica Matlatzincatzin decidió rodearlos para tomarlos prisioneros y Cortés decidió hacer un círculo de picas, escudos y ballesteros para dar batalla. Hubo varias cargas contra el círculo, nubes de flechas, luchas cuerpo a cuerpo, de rodela, lanza y espada, donde destacó la soldado herborista María Estrada -una protagonista de Cempoala, que había vencido en combate singular al propio Narváez-.5 Los mexicas reemplazaban a sus bajas y volvían a cargar, tenían más hombres. Y como el círculo terminaría cediendo, Hernán Cortés -con el consejo de los tlaxcaltecas- decidió una maniobra audaz. Una carga de caballería, comandada desde atrás por el mismo Cortés, rompió en un punto el cerco azteca y llegó rápidamente a la loma donde estaba el jefe mexica. Nadie los esperaba. Una lanza mató a Matlatzincatzin, los españoles tomaron su estandarte, los mexicas sin mando se dispersaron. Y así acabó la batalla de Otumba.
De modo que en agosto de 1520, mientras Hernando Magallanes, enemistado con los nativos, se prepara para zarpar de Bahía San Julián rumbo a lo desconocido, llevando dos gigantes tehuelches prisioneros de regalo para el rey, Hernán Cortés -que había aumentado su ejército y pronto lo ha vuelto a reducir- reorganiza sus fuerzas en Tlaxcala para combatir otra vez a los nativos.

Shakespeare
Hay un afán de conquista, de dominio y extracción que viene desde el poder monárquico, desde la profundidad del Imperio, y alcanza a los dos Hernandos: Cortés y Magallanes.6 La relación conflictiva entre indígenas y europeos merece una descripción y análisis que supere el marco político-económico o la mirada religiosa. Se encarga del asunto William Shakespeare, el poeta que dedicó la mayor parte de su obra al tema del poder. Influenciado por el filósofo Montaigne -que revierte la característica salvaje atribuida al nativo por la de natural, y dice que el europeo es precisamente el salvaje por alejarse de lo natural y vivir de apariencias-, Shakespeare recrea la relación tormentosa entre indígenas y europeos a través del poder. Lo hace en La Tempestad (escrita en 1610-1611) una obra que alude, a través de las crónicas de Pigafetta (editadas por Richard Eden en “The History of Travel”, 1577), al conflicto entre los gigantes y la flota europea en la Patagonia.7 Calibán, el gigante de la obra, es un anagrama de Caníbal. Setebos (escrito tal cual por Shakespeare), el padre de Calibán, es el gran demonio de los gigantes tehuelches. Y Próspero, el líder europeo de la obra, encadena a Calibán. Mientras que Magallanes encadena a los tehuelches.

(Continuará…)

1. Ver “Desde libros de caballería y gigantes tehuelches, hasta una revuelta comunera en Castilla”. La Otra Historia de Buenos Aires. Periódico VAS Nº 143.
2. Ver La Otra Historia de Buenos Aires. Periódico VAS Nº 135.
3. Ver La Otra Historia de Buenos Aires. Periódico VAS Nº 137.
4. Ver “La lucha entre españoles”, Libro Primero. Periódico VAS Nº 142.
5. Ver “La lucha entre españoles”, Libro Primero. Periódico VAS Nº 142.
6. A Cortés se lo llamó Hernando o Fernando Cortés durante todo el siglo XVI.
7. Ver “La Patagonia en la obra de Shakespeare”. Roberto Hilson Foot.

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