Ley S.O.P.A: la pugna de dos Imperios

por Jorge Zaccagnini

La iniciativa legislativa norteamericana de promulgar una ley que combata lo que ellos denominan “piratería” en Internet ha desnudado un previsible conflicto entre los intereses que representan los estados nacionales y las nuevas identidades de poder que la globalización de la información y la comunicación han generado.
El congresal norteamericano Lamar Smith es hoy un hombre famoso. Su iniciativa de presentar la Ley SOPA (Stop Online Piracy Act) contra la “piratería” en Internet para “promover la prosperidad, la creatividad, el espíritu empresarial y la innovación en la lucha contra el robo de propiedad de EE.UU” se ha transformado en el disparador de una reacción en cadena de alcance global.
El último episodio de este proceso culmina en estos días con una protesta que incluye múltiples manifestaciones de todo tipo y color, junto con apagones de servicio de gigantes de la web como Wikipedia, que en su versión en español denuncia que “La libertad de Internet está en peligro.
La iniciativa de Ley SOPA de los Estados Unidos perjudicaría seriamente la libertad de expresión y el carácter abierto de Internet, incluyendo a Wikipedia, en caso de ser aprobada… ¡Internet no debe ser censurada!.
Que esta iniciativa se genere en el país más poderoso del planeta, que además mantiene el control de los principales resortes físicos e institucionales del funcionamiento global de la red de redes, no es un hecho ni casual ni poco significativo. Todo lo contrario,  se trata de un gesto imperial.
El proyecto de ley SOPA constituye una iniciativa que busca levantar muros comerciales y penales de dudosa eficacia, pero que ha desnudado un previsible conflicto entre los intereses que representan los estados nacionales y las nuevas identidades de poder que la globalización de la información y la comunicación han generado.
Es cierto que el desarrollo de Internet ha democratizado la información a tal nivel que resulta casi imposible imponer censuras a las expresiones y testimonios de cualquier usuario de la red en cualquier parte del mundo.  Pero -por contrapartida- ha facilitado la deslocalización laboral, una práctica que precariza la situación de muchos trabajadores y diezma sus derechos fundamentales.
También ha posibilitado el desarrollo de entidades que acumulan y sistematizan información sobre la vida y preferencias de cada persona a un nivel de detalle jamás alcanzado, y dan lugar a procesos de construcción de inteligencia sobre los individuos, y aún sobre empresas de otros países capitalistas.
Del otro lado no existen controles de ningún tipo de organismos supranacionales públicos -Naciones Unidas, por ejemplo- ni privados.
Pero más allá del destino final que tenga el proyecto del congresal texano Lamar Smith, su iniciativa ha puesto en manifiesto la existencia de un previsible -y quizá inevitable- conflicto entre dos perspectivas imperiales: la que corporizan países como los Estados Unidos con su vocación por rediseñar a su medida una nueva forma de apropiación de recursos estratégicos bajo la cobertura de libre comercio, y la de las entidades globales -invisibles para muchos, casi intangibles- que crecen silenciosamente en el fértil terreno que ofrece Internet.
Lo que sucede en estos días con Internet no es indiferente para países que, como el nuestro, van creciendo de la mano de un nuevo modelo productivo que se plantea tanto proteger la producción nacional como ocupar un lugar relevante en el comercio mundial.
Todo ello hace más evidente la importancia estratégica de terminar con las asimetrías en la estructura física y lógica de Internet, que permiten que el flujo de información sea controlado por muy pocos y se concentre en un solo país.

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