Bendito celular: ¿estás acá o allá?

Por Celeste Choclin

Cada vez con más prestaciones, los celulares acaparan la atención de grandes y chicos. Conectados en forma permanente, el uso de los nuevos teléfonos móviles sobrepasa la mera comunicación. El consumo y la renovación constante los tornan señales de estatus.
Entre el mundo real y el virtual, ¿dónde te ubicás?

Postales cotidianas
Caso 1: Las luces de la sala en el teatro Payró se apagan, el espectáculo está a punto de empezar. No obstante, no son los actores los que salen a escena sino el director de la obra que solicita amablemente a los espectadores que apaguen sus celulares, suponiendo que su presencia impone más respeto que la voz en off que habitualmente hace el anuncio. La función comienza y en medio de la obra se vislumbran lucecitas entre la platea y miradas que se rebelan a quedar capturadas por la escena teatral, para subir y bajar la vista, para mirar y a su vez contar lo que se va viendo a aquella amiga que está del otro lado de la línea ¿Estamos acá o estamos allá? ¿Por qué no mirar el espectáculo sin la mediación tecnológica?

Caso 2: La comida está servida, está vez vendrán primos y sobrinos. Los canelones de la abuela congregan a la familia entera. Los platos sueltan un humito delicioso, los cubiertos están al costado, el vaso de vino presente y curiosamente el celular acompaña el almuerzo. Aunque es domingo y no apremian las obligaciones laborales, junto a la servilleta se ubica el famoso aparatito preparado para ser tecleado con los dos pulgares ni bien se ingieren los primeros bocados ¿Qué cuestión tan importante tenemos que comunicar? ¿Es que no nos podemos despegar del celular?

Caso 3: Hora pico en una avenida porteña. El tránsito se pone denso y la marcha va fluyendo lentamente. Primera, segunda, freno y vuelta a empezar. El conductor no se fastidia, no sólo porque está acostumbrado, sino porque no se ha despegado ni un momento de su celular. No habla porque se pondría más en evidencia a la hora de la multa, sino que hace una maniobra bastante más peligrosa: con la vista baja no para de mensajear. La marcha se reanuda y tránsito es más fluido, sin embargo el aparatito portátil queda al alcance porque la conversación en mensaje de texto no puede descansar ¿Cómo manejar mirando para abajo? ¿Cómo no distraerse?

No puedo parar
En EEUU escribir mensajes de texto con el celular se ha convertido la primera causa de muerte al volante entre los jóvenes, superando las ocasionadas por los efectos del alcohol, y en nuestro país muchas organizaciones coinciden en advertir el serio peligro de esta práctica. Las campañas para la prevención de accidentes incluyen, además, a un peatón que usa el teléfono celular mientras camina, cruza calles y avenidas sin reparar demasiado en el entorno. Al abrir la caja negra del tren que descarriló en Galicia el pasado 24 de julio y produjo gran cantidad de muertos y heridos, se pudo saber que el maquinista estaba hablando con el supervisor por el celular sobre la posibilidad de que el tren accediera a una determinada vía y no tuvo tiempo para disminuir suficientemente la velocidad al pasar por una curva peligrosa.
Podemos señalar otros ejemplos que vemos en nuestra cotidianeidad y dan cuenta de una conexión al teléfono móvil que no descansa: el policía de la esquina que mantiene la vista hacia abajo porque se descargó una película en su nuevo celular y no advierte que un auto entra en una avenida en contramano, el colectivero que manda mensajes de texto mientras reanuda la marcha, el estudiante que asiste a una clase y en simultáneo se mantiene conectado al Facebook, la chica que debido al ruido de la calle va elevando el tono de su conversación telefónica hasta terminar contando a los gritos sus problemas cotidianos mientras la mitad de los viajeros del colectivo siguen atentos el relato; ¿por qué no se puede colgar?, ¿por qué no se puede parar de mensajear?, ¿por qué hay que hacerlo todo en simultáneo y no se puede esperar el momento adecuado para hablar?
Como chico con juguete nuevo, nos encontramos absortos, fascinados, obnubilados con las nuevas posibilidades que proporciona el teléfono portátil. Una dependencia tal hacia este objeto, que muchos expertos ya hablan de casos de adicción al celular (y los casos de extrema ansiedad y stress registrados por el “apagón” de MoviStar el 2 de abril de 2012 dan buena cuenta de ello). Una suerte de fetiche que corre al teléfono celular del eje de su uso original: una simple herramienta de comunicación.

¿Estás o no estás?
En simultáneo con nuestras actividades cotidianas utilizamos el celular casi sin freno, pero ¿dónde nos ubicamos?, ¿nos encontramos en el mundo real, en el virtual, a medias o en ningún lado? Como en estado de distracción permanente estamos y no estamos a la vez, no terminamos de involucrarnos con las vivencias presentes para que acapare nuestra atención aquel mensaje, aquella llamada que no puede esperar.
Rompiendo la magia de la experiencia directa, sacar fotos y filmar con el celular no son actividades secundarias a la hora de asistir a un evento o una reunión determinada, sino que pareciera que esta necesidad de capturar el instante cobraría más importancia que aquello que se está vivenciando. Incluso se cuenta a través del celular lo que se está viendo y se mandan fotografías de ese encuentro en el mismo momento que se presencia.
Esta conexión sin descanso, esta mediación permanente del teléfono en cada ocasión, van produciendo una fuerte desconexión con el entorno, con las experiencias presentes (esas que no se perciben a través de los caracteres de la pantalla) y sobre todo con los demás. Volviendo a los casos anteriores, si estamos en la obra de teatro mensajeando con otro ¿con quién nos estamos comunicando?, ¿dónde centramos nuestra atención? Si no paramos de mover el pulgar en medio de una comida familiar ¿con quién nos estamos vinculando realmente?, ¿con quién cruzamos miradas o compartimos sonrisas?

Obsolescencia planificada: celulares con vencimiento
Argentina tiene más celulares que habitantes. Efectivamente, aunque cueste creer, 58.000.000 de celulares, a raíz de uno y medio por persona. Un gran consumo que implica millonarias ganancias concentradas en importantes marcas multinacionales (entre las más solicitadas: Samsung, Nokia, Motorola, Sony Ericsson, LG, Blackberry) y sólo cuatro prestadoras de servicios: Telecom/Personal, Telefónica/MoviStar, Claro y Nextel (ésta última con una porción sensiblemente menor). Si hablamos de tarifas, usamos y abusamos de un servicio que se ubica entre los más caros del mundo.
En cuanto al aparato, encontramos que como si tuviera fecha de vencimiento debemos renovarlo permanentemente. Pero no porque deje de funcionar, sino porque otro nuevo modelo seduce con sus “increíbles” ventajas y prestaciones. Es lo que se conoce como la obsolescencia planificada y percibida: los objetos mantienen su vida útil, pero se perciben como anticuados y en consecuencia se renuevan sin cesar. Una exigencia que proviene del mercado, de la moda, de las distintas promesas publicitarias y de las propias aplicaciones tecnológicas cuyas nuevas versiones del software solicitan un teléfono más sofisticado o con mayor capacidad.
Más que una necesidad real, en muchos casos, se trata de cambiar el celular como un modo de estar a la “última” porque se posee lo “último” (sin ponerse a pensar si merece la pena el esfuerzo o si realmente se utilizarán los nuevos beneficios tecnológicos). Fiel a la lógica de la sociedad de consumo, se ingresa en un círculo vicioso donde se adquiere un celular, al poco tiempo se percibe su obsolescencia y se desecha para consumir uno nuevo, y así sucesivamente.

Todo en uno
La tendencia es a concentrar cada vez más servicios en el teléfono móvil: Internet, procesadores de gran velocidad, cámara de fotos, video, walkman, pantalla de alta definición, juegos, GPS, etc… Una pequeña computadora acompaña la vida diaria, que puede ser maravillosa, pero lo más probable es que no amerite gastarse valores de hasta $10.000 en renovarla cada uno o dos años.
Los celulares pasaron de ser grandes aparatos (los llamados “ladrillos”) a destacarse por su pequeñez. Hoy la variedad de prestaciones ligadas al mundo de la imagen hace que la tendencia sea la de celulares más grandes y extremadamente planos. Táctiles o con teclado incorporado, los nuevos teléfonos móviles se distinguen notablemente de los que se consideran obsoletos y otorgan (o creen otorgar) un estatus determinado a un usuario que lo luce permanentemente, lo decora con carcasas y estuches variados como si se tratara de su distintivo personal.

Stop
Hace un tiempo atrás comenzó a verse publicidad de celulares donde los chicos resultaban ser los protagonistas. Efectivamente, el mundo de los teléfonos portátiles también puso el ojo en esa franja etaria que desea llegar a la ansiada adolescencia. Mientras tanto, sus padres ven en esta tecnología el modo de tener control o poder socorrer en caso de emergencia a estos chicos de entre 10 y 12 años que de a poco se van manejando solos por la ciudad. Incluso hay publicidades que seducen a los más pequeños como la campaña de MoviStar “Llamados mágicos” de noviembre de 2012 en la que niños (unos cuatro años de edad promedio) sin saber que se trataba de un comercial, recibían “milagrosamente” y como un privilegio exclusivo de los poseedores de modelos de celulares promocionados, la llamada inesperada de Papa Noel.
El tema no sería preocupante sino viéramos que la publicidad apela directamente a los chicos, que éstos se suman a la carrera por poseer el último celular, que abusan del uso de esta tecnología en detrimento del juego (el que es off-line, el de los juguetes reales). Y además cargan con la responsabilidad de llevar aparatos muy valiosos para los que no están preparados: la necesidad de cuidarlo, de prestarle especial atención, incluso se exponen a ser víctimas de actos delictivos.
Tal vez haya que hacer un stop, cortar por un momento la comunicación telefónica, dejar el bendito celular a un costado y ver qué pasa. Bajarse de la carrera por la última tecnología y preguntarse si es realmente necesario renovar el aparato sin cesar. Pensar si los chicos deben sumarse a esta fiebre consumista o es mejor que se promueva un consumo responsable. Un uso acorde a las necesidades reales de los pequeños que no reemplace lo lúdico, las relaciones afectivas, el diálogo, ni los prepare para esta desconexión con el entorno que padecen muchos adultos.
La telefonía celular resulta una herramienta maravillosa, pero sólo es eso: un instrumento. Los protagonistas somos nosotros. En vez de correr detrás del último invento, de obnubilarnos por la cantidad de prestaciones, de conectarse sin descanso, debemos pararnos delante de la tecnología para hacer uso de ella. Porque no se trata de poseer, sino de ser. Porque no se juega lo que somos por lo que exhibimos. Porque es importante decidir cuándo conectarse y cuándo es el momento de apagar el celular para vivir una vida que definitivamente transcurre en vivo y en directo.

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