¡Que se bajen del colectivo!

Por Celeste Choclin

A veces, desde un lugar acotado y en pocos instantes, se pueden visualizar sucesos que resultan una buena radiografía de nuestra sociedad.

Todo en un colectivo
Era un jueves por la tarde y tomé en la avenida Corrientes el colectivo de la línea 24 en dirección al Centro. El vehículo no estaba muy lleno y en la parada siguiente subieron tres chicos de entre 8 y 10 años. Pequeños, muy delgados, con la ropa desaliñada y sucia, cada uno llevaba una bolsita con pegamento. Se sentaron donde pudieron y, tratando de esconderse de las miradas, se pusieron a aspirar. Poco después, una señora con carácter de directora de escuela pasó por al lado de los chicos y les exigió que guardaran la bolsita, que si deseaban subir al colectivo y viajar con los demás no debían aspirar. Los chicos, un tanto aquí, un tanto allá, con la mirada perdida y el rostro de resignación hicieron caso a los gritos de la mujer.
Al rato uno de los chicos le pidió un poco de jugo a otra señora que estaba parada junto a su hija adolescente. Ella le propuso canjeárselo por la bolsita: “Te lo cambio, dale, dale”. El chico tomó el jugo y la bolsita quedó enredada entre las dos manos. “Dámela a mí, te hace mal, no te das cuenta, te hace mal, te hace daño en el cerebro”, insistía la señora, hasta que de tanto tironear logró sacársela. El chico respondió bañándola con el jugo, ella soportaba estoica la agresión. Ningún pasajero se movió de su lugar, ni expresó absolutamente nada, con excepción de una anciana que desde el fondo del colectivo gritó: “¡Llamen a la policía!”. Los tres chicos enfrentaron a la señora. Ella, cual madre regañona, les profirió sermones que iban subiendo el tono y eran acompañados por la señora directora de escuela. “¡Dejá la bolsa! ¡No te das cuenta lo que estás haciendo!” gritaban insistentemente las dos señoras. En medio de la trifulca, el colectivero aprovechó el semáforo en rojo para levantarse y, dirigiéndose a los chicos, expresar lo que le salió de sus entrañas: “Pero boludos, ¡qué hacen ahí paveando con el pegamento!, ¡por qué no se compran un caño y salen a afanar! Por lo menos así hacen algo”. La situación se volvió insostenible y ante el avance de los chicos la señora del jugo devolvió la bolsita. Entonces la participación ciudadana al fin se hizo presente para exclamar al unísono: “¡Que se bajen del colectivo!”.
Los chicos no atinaron a nada, bajaron donde pudieron y desde la calle tiraron la botella que logró ingresar por la puerta entreabierta del vehículo e impactar en el cuerpo de la señora del jugo. A los pocos metros me bajé y junto a mí bajó otra señora, que para coronar la escena dijo: “Estos chicos en unos años se ponen a robar y matar. ¡Quién nos protege a nosotros!”.

ninos

Preguntas entre la congoja
Con la cabeza más que perturbada y la congoja a flor de piel, caminé varias cuadras con una sola pregunta en la cabeza: ¿Qué hacer? (¿qué puedo hacer para ayudar a estos chicos?, ¿qué puedo hacer para vivir en una sociedad sin marginación?, ¿qué puedo hacer para vivir en una comunidad más solidaria?).
Sin lugar a dudas, ante la indiferencia generalizada, las señoras que intervinieron lo hicieron para modificar la situación y con la mejor buena voluntad, pero no se trata de dar órdenes, de retar como una maestra Siruela, o de pensar que diciendo, explicando, se va a poder modificar la situación. Porque el pegamento tal vez sea el escaso momento de placer y evasión, de una realidad terrible que viven estos chicos a diario, donde la exclusión, el desprecio, la desprotección, la violencia, el hambre y el frío son moneda corriente. Ese es el problema, esa es la situación que acompaña a “la bolsita”.
Desde luego que es muy complicado realizar un cambio de manera individual, se necesita de una organización, se necesita de políticas públicas.

Las soluciones del Gobierno de la Ciudad
Mientras caminaba me vinieron a la mente esos carteles gigantes que el gobierno de la Ciudad instaló hace unos meses en vía pública. Fiel al estilo del PRO, de expresar la misma nada, el slogan dice: “Estamos creando una red que te cuida en cada etapa de tu vida”. Pensé que si hay una red o se está creando, me podrían decir qué hacer ante una situación como la vivida recién y decidí telefonear al número 147, que funciona un poco como multiuso. Tras reiterados intentos sin lograr hablar con alguien más que con una máquina, llamé al 102. La Comisión para la Prevención y Erradicación del Trabajo Infantil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (COPRETI) había lanzado una campaña a través de folletería y un spot televisivo donde invitaban al usuario del subte a tomar el toro por las astas y llamar a este número toda vez que se vea a un chico pidiendo o vendiendo en el subte. No me quedaba muy claro si la campaña se trataba de protección a la infancia o era un modo de ejercer de policía, pero ante la ausencia de “La red que te cuida”, decidí llamar a la “Línea de los chicos”. Llamé al 102. Una joven muy amable me indicó que estaba comunicándome con el número correcto (el 147 era sólo para trámites), debía indicar el lugar donde estaban los chicos y ellos enviarían un móvil ese sitio. “¿Un móvil? ¿Qué hacen con los chicos?”, le pregunté un tanto desconcertada. Respondió: “Bueno…depende de las situaciones, hay que ver si son peligrosos…si vos después querés saber cómo sigue el caso, debés llamar a la línea 108”. Corté y mi cabeza parecía una agenda telefónica. En seguida recordé las denuncias que muchas organizaciones sociales están realizando por la cantidad de niños que fueron trasladados a clínicas psiquiátricas y hospitales monovalentes por patologías no muy claras y sin gozar de ningún derecho. Tomé el informe anual de la AGT (Asesoría General Tutelar) que indica que durante 2012 fue notificada de 327 internaciones de menores de 18 años, una cifra que supera un 30% a la del año anterior. “El dato resulta notorio en tanto que las internaciones de personas mayores de edad en hospitales monovalentes se han reducido, lo cual demuestra que la política de salud mental para la infancia en la Ciudad de Buenos Aires (CABA) prioriza –en contravención a las leyes vigentes– la internación“, indica el informe. Decidí entonces que era mejor ahorrarme los detalles del caso en “La línea de los chicos” del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires”, para pensar otras alternativas.

No estigmaticemos la pobreza
Sin duda se castiga a los chicos, cuando como sociedad, les damos la espalda o les proferimos sermones, cuando les decimos lo que deben hacer sin ponernos en su lugar. Y más aún, cuando se los interna de modo forzado, cuando se medica su situación de vulnerabilidad, cuando se los aloja en lugares de reclusión. Habrá que comenzar entonces por invocar al respeto, a la escucha, al afecto, a la contención; y las políticas públicas del Gobierno de la Ciudad deberían tomar la delantera.

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