Hace 56 años. Bombardeos en Plaza de Mayo

por Gladis Pedraza y Francisco José Pestanha

Alberto Rábanos nació en Lanús en 1928. Cursó sus estudios primarios en Villa Obrera y luego de un breve itinerario por la escuela Industrial, decidió continuar sus estudios en la Escuela de Mecánica del Ejército de la que egresó con el grado de cabo conductor motorista.

Inmediatamente fue destinado a Campo de Mayo, luego a Junín, Provincia de Buenos Aires, para recalar finalmente en el Regimiento Motorizado “Buenos Aires” con asiento en las intersección de las calles Pichincha y Garay de ésta Ciudad.

El 16 de junio de 1955 treinta y pico de aviones de la Marina de Guerra argentina que habían estado sobrevolando la ciudad desde temprano, bombardearon con saña inusitada los alrededores de la casa de Gobierno descargando casi 10.000 kilogramos de bombas.

Murieron en aquella oportunidad más de cuatrocientos compatriotas entre los que se encontraban mujeres y niños. Hoy se sabe que además del personal militar, integraban la tripulación de las aeronaves civiles.

Uno de los actores principales de aquella lúgubre sedición fue Miguel Ángel Zavala Ortiz premiado posteriormente con el cargo de Ministro de relaciones Exteriores durante el gobierno del ex Presidente Arturo Humberto Illia.

Como encargado de la columna de vehículos de la 5ta compañía, le cupo a Rábanos la misión de conducirse hasta las inmediaciones de la Aduana donde se entabló una lucha desigual entre un regimiento reducido en cantidad de hombres y pertrechos, y los subversivos,  parapetados en el Ministerio de Marina y auxiliados por la metralla feroz de los aviones Catalina y Beechcraft.

Relata Alberto que las hostilidades fueron realmente cruentas hasta que desde el Ministerio se levantó bandera blanca y el regimiento avanzó tras la arenga de obreros armados con palos.

Esta actitud, la de los trabajadores, hizo que la bandera se replegara inmediatamente y que la ofensiva por parte de los sublevados se agravara.

En el fragor de la lucha una esquirla de bomba afectó la visión del Capitán Di Candia quien fue inmediatamente reemplazado por el Mayor Pablo Vicente.

A sus órdenes se realizó la avanzada final sobre el edificio de los marinos. A minutos de ingresar a sus instalaciones una detonación dio cuenta que el Vicealmirante Benjamín Gargiulo, una de las “caras visibles” de la sublevación, se había suicidado.

Alberto pudo observar su cadáver munido de un rosario. Rábanos no se cansa de relatar como en aquella oportunidad los aviadores, aprovechando el mejoramiento en las condiciones meteorológicas, ametrallaron todo a su paso.

Pudo así ser testigo y fiel observador de los cuerpos destrozados, de los trolebuses quemados con la gente calcinada y de las zanjas cavadas por las bombas.

Los autores de esta vergüenza histórica volaron a Montevideo donde fueron recibidos como héroes. Hoy afortunadamente nadie los recuerda.

Por el contrario el pueblo no cesa en rememorar a aquellos dignos exponentes del Ejército y del movimiento obrero que defendieron con valor y arrojo al gobierno constitucional.

A los 83 años Alberto todavía se reúne todos los años con sus camaradas y con los conscriptos a recordar su participación en uno de los episodios más insospechados de nuestra historia.

Rememorar las circunstancias de aquel verdadero delito de lesa humanidad, y también a todos aquellos que impidieron con un valentía extraordinaria que tal asonada se extendiera y triunfara, es un deber que a esta altura de las circunstancias ya compete a todos los argentinos.


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