«I’m not there»

Por Alejandro Geoffroy Lasalle

Siete Personajes en busca de Bod Dylan

Tuve el placer de ver a uno de los tantos Dylan imaginables en el décimo BAFICI (Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires). Parecía de una verdad tan contundente como la que rara vez pueden ofrecerte las películas sobre artistas esenciales. Fueron muy pocos segundos de filmación en vivo de un concierto del descomunal músico y poeta. Así terminaba una película que nos había mostrado siete versiones de ficción en busca de Bob Dylan y desplegadas desde él. En el camino actores, director y colaboradores varios pudieron iluminar aspectos relevantes de la vida de Dylan: las distintas expresiones de su genio musical, su veta lírica, las arduas disputas en torno a las posiciones que asumió públicamente. El final de esta película te hace sentir que el tiempo se suspende y que, en la butaca, levitás. Son instantes eternos que justifican tu existencia o dan cuenta del milagro. El título «No estoy allí», como si se tratara de un manifiesto, señala paradójicamente la cualidad de haber estado en todas las encrucijadas musi-cales, poéticas y políticas relevantes, a lo largo de cinco décadas. Esas que te dejan una marca antes de nacer. Podés pensar que naciste en 1967, un año después de la aparición de «Blonde on Blonde»: vinilo doble, con una inolvidable canción llamada «Muchacha de los ojos tristes de las tierras bajas» (que se escucha fugazmente en la película) y muchas otras gemas. Aparecen en «I’m not there» las múltiples facetas socioculturales, artísticas y espirituales de Dylan: himnos de protesta folk, letras surrealistas y elec-trificación del sonido, distan-ciamiento del movimiento por los derechos civiles y de las acciones que cuestionaban la invasión estadounidense a Vietnam, el llamado «período cristiano» del cantautor, entre otras. La película debe recortar mucho y, afortunadamente, lo hace muy bien. Otro tanto sucede con la elección de las canciones que cuentan la historia: no salís con la idea de que hubieras elegido otras, más allá de que existan infinidad de ellas dignas de ser seleccionadas.

Ver «No estoy allí» no resultó fácil. Había corrido a un par de funciones, pero no llegaba a las ventanillas del BACIFI antes de que las entradas se agotaran. Finalmente pude verla en el «Teatro 25 de Mayo», de Villa Urquiza, después de intentos fallidos en Abasto y Recoleta.
El carácter independiente del que se jacta el festival nunca se sostuvo demasiado. Esto quedó demostrado con la proyección de un «corto experimental» filmado en Bolivia: iba acompañado por una lista de sponsors que, por su mera enunciación, parecían obstaculizar cualquier intento emancipador, incluso en el plano estético. De todos modos, la publicidad «vení a ver lo nuevo» marginó notoriamente a la «categoría» independiente, aun en la versión gráfica con colores estridentes que te hacía saber que estabas en las «zonas BAFICI». Ningún cartel hablaba de «Stalker – La Zona», del gran Andrei Tarkovski. Después de todo, sólo la pasaron en el «Cosmos 70». Además, si todos nosotros ya vimos a Woody Allen, a Fellini y a Tarantino, se puede construir mejor a un espectador imaginario que se desplaza desde los treinta hacia los veinte años. A todo esto, teniendo cuarenta y uno, no vi casi nada de Tarantino. Me gustó poco, además. De todos modos, debo confesar que disfruté la publicidad de «ya viste a Tarantino»: entendí que los jóvenes también cumplen años y que, al cabo de cierto tiempo, lo serán un poco menos.

Volviendo a Dylan, la película me conmovió y aquella imagen final me embriagó y dejó en silencio. Eso pasó después de que escuchara muchas palabras dichas por las figuras de ficción de alguien a quien podemos ver, pese a que no termina estando del todo en ninguna parte. Esos 40 segundos de filmación con un Bob Dylan «verdadero», cerrando un tema con su armónica, conforman un momento en que el eterno trovador nos hechiza (como poeta, compositor e intérprete). Había visto a Dylan en Vélez el 15 de marzo y, como pueden suponer, siempre que llegaba a comprar las entradas había algún problema que me impedía hacerlo. El recital fue memorable y justificó con creces la ansiedad acumulada, presagiando lo que ocurriría con la película. Vale la pena insistir para vivir ciertas cosas. Coherencia, integridad, oportunismo, compromiso, contradicción son palabras que se seguirán usando para tratar de entender a Bob Dylan. Mientras tanto, podré disfrutar de su talento, yendo al cine una vez más.
«I’m not there» se estrenó el 19 de junio en las salas comerciales y también se puede conseguir en formato DVD.